Investidura sorpresa, o más opereta electoral
C ualquier español que viaje por motivos profesionales a América, o a Europa, sabe que en sus reuniones le caerá casi siempre una pregunta sobre la falta de Gobierno en España, o sobre Pedro Sánchez. Piensen que Sánchez está casi semanalmente en los telediarios franceses, alemanes y belgas, entre otros países; y que en un año de mandato ha visitado Chile, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, México, Guatemala (por la Cumbre), Canadá Estados Únicos y Argentina (por el G-20). Más viajes a América en un año que Zapatero y Rajoy juntos en casi quince, cumbres aparte. Donde estén León y Pontevedra, que se quiten América y Europa.
La escena internacional le apasiona tanto a Sánchez como a Felipe González. El empresariado lo agradece porque en cada viaje se cierran, o se siembran, grandes contratos, como las licitaciones para el tren bioceánico que cruzará Bolivia desde el Atlantico al Pacifico. Buena imagen internacional y capacidad de influencia recuperada, como cuando Felipe se sentaba a hablar con Helmut Khol, Mitterrand o cualquier líder latinoamericano. «Felipe, o Suárez, son Gardel», exclamaba vehemente en su día, casi con entonación de tango, un diplomático argentino muy crítico con sus políticos.
Pedro Sánchez no es Felipe, ni Gardel; pero quiere serlo. El problema es que en su casa no logra que el Congreso de los Diputados afine una sinfonía para inaugurar la legislatura. La investidura está convocada pero, o suena la flauta por casualidad, o vamos a la opereta de otras elecciones. En los últimos cuatro años los gobiernos de España han pasado casi más tiempo en funciones que en plenitud de atribuciones. Y como dice el ministro de Exteriores (aún de España y pronto de Europa), Josep Borrell, «cuando se gobierna con provisionalidad, el cajón se queda lleno de decisiones que no se pueden sacar».
Lástima que no podamos contar con Luis Berlanga, el genial director de La escopeta nacional , para retratar la opereta política inacabable a la que asistimos, con este vodevil de pactos y no pactos, interpretado por jóvenes políticos que aspiran a gobernarnos. Seguro que creaba escenas con Pablo Casado y Albert Rivera en una habitación, Abascal escondido en el armario, y los periodistas en el salón. Si nos llevan otra vez a elecciones —ya tienen hasta la fecha, el 10 de noviembre— por favor, que alguien ruede este despropósito.
De modo que, o hay investidura por sorpresa, o tendremos las cuartas elecciones legislativas en cuatro años. En el exterior no dan crédito. En España tampoco: proliferan ya propuestas de reformar la ley electoral para que, al menos, como en los ayuntamientos, si no hay pacto, que gobierne la lista más votada. A ver si así se fuerzan acuerdos. O incluso, la introducción de una segunda vuelta para que deje de ser parlamentaria, como lo es ahora de hecho, y que la ciudadanía decida lo que sus señorías no parecen dispuestos a acordar.
Para esa película urgente del sucesor de Berlanga, ya está medio guión hecho. Las fallidas investiduras de Murcia y la Comunidad de Madrid han aportado escenas surrealistas, insultos groseros por Twitter, fotos impensables o cafés de cinco horas. Pero lo más grave: vulneración de normas reglamentarias en la Asamblea de Madrid, como la negativa a que Ángel Gabilondo, que fue el más votado, pudiera presentar su candidatura, aunque le faltaran tres diputados para asegurarla. Miedo aterrador a que alguno de Ciudadanos votara en blanco, como en Huesca; o varios de Vox, como en Burgos; o la espantada de Murcia con salida taurina del hemiciclo en plena sesión; o que resultara presidente por sorpresa el único de Ciudadanos, como en Melilla. Está medio guión hecho y no tiene desperdicio. El otro medio toca la semana que viene en el Congreso. Los ensayos ya ven que prometen: viviremos una semana de dramatización previa y la sesión tendrá más audiencia que una final de fútbol. Lo único es que estamos hablando de España y de sus problemas. Lo olvidaron, parece.