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León

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Como cada cuatro años, entran los señores feudales a palacio. La casa de los Guzmanes renueva corporación con el peso de la historia que marca el paso bajo el frontispicio de la fachada principal, donde la máxima de Cicerón, cincelada en la piedra, recuerda a los moradores que ‘ornanda est dignitas domo; non ex domo dignitas tota quaerenda’. ‘La dignidad debe adornar a la casa; no toda la dignidad debe buscarse por la casa’, reza la sentencia latina que adorna el edificio en el que se asienta la sede de la Diputación Provincial: una institución que nació del liberalismo de la Constitución de Cádiz, pero que ha hundido sus principios en el medievalismo. El arcaísmo en el que se ha instalado la administración se da no sólo por el sistema de elección indirecta, que favorece el caciquismo político y el clientelismo de los partidos para pagar a los dóciles más que a los válidos, sino por su capacidad para ahondar en la asimetría del desarrollo, a partir de la concentración de las inversiones en el entorno de los municipios de los diputados. Quien tiene un diputado tiene la llave de la sala en la que se guarda el tesoro.

La herrumbre del funcionamiento da carrete para que reivindiquen su disolución los urbanitas que no tienen reparo en buscar la nómina, ni rubor en querer trasplantar una propuesta de laboratorio ideada en Barcelona. Pero aquí, la Diputación se presenta ahora como la mejor solución para revertir el declive. La salida pasa por abandonar los modelos de reparto indiscriminado de ventanilla única política, como si fuera una gestoría, y adoptar decisiones estratégicas que promuevan alternativas en cada zona no como una isla sino como una red común. El contexto, sin todos los huevos en la misma cesta, se presta para levantar el contrapoder a la Junta, que en los últimos 24 años ha tutelado la planificación para favorecer el desarrollo industrial del eje castellano, mientras la región leonesa quedaba como parque temático de la naturaleza. Los recursos los ofrecen los pueblos, cansados de ver cómo sus impuestos engordan una cuenta de superávit sin sentido, mientras cada año se pierden 5.000 habitantes más, la media de edad se instala en la dictadura de las clases pasivas y los servicios básicos se concentran en una docena de grandes núcleos. Pasen a palacio sin olvidar que la solución está más allá de la ciudad. En los pueblos. En el gran pueblo de León que no puede esperar más.