Incapacidad política, incertidumbre social e inestabilidad institucional
El nuevo fracaso de Pedro Sánchez en su segundo intento de ser investido presidente del Gobierno aboca a este país a una situación de incertidumbre social e interinidad política sin precedentes, pero sobre todo altamente preocupante para la ciudadanía. Es evidente que España necesita un Gobierno estable cuanto antes y eso, que probablemente es lo único en lo que todos los partidos políticos están de acuerdo, resulta ahora difícilmente alcanzable, sobre todo porque una tercera tentativa del candidato socialista de ser investido en la fecha límite del 23 de septiembre no parece que pueda ser posible en un escenario a día de hoy inamovible.
La situación vivida esta semana en el Congreso de los Diputados pone en evidencia que este país tiene una grave patología en su gobernabilidad, acunada en febriles odios personales, incurables inquinas, una desmesurada soberbia y una irresponsabilidad inimaginable en quien pretende erigirse en representante de los ciudadanos Y lo peor es que una nueva convocatoria electoral, prevista para el 10 de noviembre, además de una tremenda torpeza y un castigo injustificable a la sociedad que la mantiene, es probable que no resuelva el problema. Al menos si antes no se produce una profunda reflexión general y un cambio de actitud sobre nuestra menguada capacidad de diálogo, el escaso sentido de la tolerancia y la nueva idea acuñada de democracia. Porque es inaceptable que esta situación de crisis que vivimos desde diciembre de 2015 y esta angustiosa provisionalidad se prolongue sólo por la exasperante incapacidad de una clase política imposibilitada para cumplir cabalmente con las obligaciones contraídas en las urnas.
Hemos visto estos días actitudes inaceptables, como la Albert Rivera, perdido para la causa de una coalición de centro-izquierda y que posiblemente pagará un alto precio por ello. O la de Pablo Casado, ajeno al rifirrafe y permanentemente entregado a la descalificación y la negación, aunque esta vez haya salido beneficiado. O la de Pablo Iglesias, debilitado y claramente carente de facultades para asumir la cuota de poder que exige y que no le corresponde al frente de un partido que hoy por hoy sigue sin ser fiable. Porque Unidas Podemos, como organización y más allá de su líder, difícilmente va a a salir indemne de haberle negado a Pedro Sánchez, por segunda vez desde 2016, la posibilidad de gobernar, en este caso de asumir el encargo que le hicieron mayoritariamente los votantes.
Y, por supuesto, la del candidato a la presidencia, desbordado por la situación. Debilitado por la derrota y con el frágil sustento de sus 123 escaños, está obligado a volver a intentarlo, pero deberá evitar que se repitan episodios como los vividos esta semana y que podrían suponer el primer paso en el viaje de vuelta al bipartidismo.