La mafia okupa
ada es lo que era, y los okupas tampoco. Hace años, asistidos por el derecho que otorga la necesidad, bien de un techo bajo el que guarecerse de las inclemencias o de un local donde desarrollar las actividades sociales y culturales que la Administración desatendía o despreciaba, las personas carenciadas renuentes a la resignación buscaban pisos o casas deshabitadas, así como viejos y destartalados edificios vacíos, la mayoría a causa de la desidia de la propia Administración, entraban en ellos derribando cancelas, los adecentaban como buenamente podían, y aunque por esa acción pasaban a convertirse en okupas, en lo que se convertían de verdad es en personas rebeladas con momentáneo éxito contra un destino impuesto por la injusticia y la desigualdad.
Lamentablemente, y aunque aún pervive cierto número de ocupantes de los de toda la vida, sobre todo familias devoradas por la miseria, la de apropiarse de casas ajenas se ha convertido en España en una febril actividad delincuencial, aprovechando que las leyes que versaban sobre el particular contemplan el fenómeno clásico, el de la ocupación por necesidad, y no el actual, el del allanamiento y la sustracción del domicilio de los particulares porque sí, esto es, porque sale infinitamente más a cuenta que comprar o alquilar una vivienda con los recursos propios, o que exigir a los poderes públicos una política decente de viviendas sociales, es decir, en las antípodas de las que se construyen con dinero público para entregárselas después, a precio de ganga, a los fondos buitre de los amiguetes que laminan lo que de sociales tenían en origen esas viviendas.
Las leyes españolas sobre la ocupación mediante ganzúa o patada en la puerta han quedado desfasadas, pero las del resto de los países europeos no, de suerte que por la severidad de éstas y por la diligencia en devolver el inmueble a su dueño legítimo, se ha producido una masiva migración de okupas organizados desde esos países al nuestro, que se ha convertido en su paraíso y en el infierno de quienes se ven despojados del segundo bien más preciado tras el de la libertad: la casa, el hogar, la patria íntima.
Se dice pronto: 100.000 viviendas ocupadas, robadas, en España. 100.000 bofetadas al derecho, o, si descontamos las ocupadas clásicas, 80 ó 90.000 pequeñas y grandes tragedias personales. Y, a su rebufo, unas mafias que, por lo jugoso y seguro del negocio, van completando con la industria okupa los suyos tradicionales del narco y la trata.