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Publicado por
León

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i no encuentra una respuesta que le deje al margen culpe de todo a una mente enferma. A un loco. Porque hace falta estar muy trastornado, ¿verdad? para liarse a tiros en un centro comercial de la frontera con México. O para disparar de forma indiscriminada en una zona de copas de Ohio, con los bares abarrotados.

Hay que ser un enfermo mental, dice Donald Trump, para comprar un rifle semiautomático con un cargador de doble tambor de cien balas y usar a la gente como blanco, igual que si uno viviera dentro de un videojuego.

Hay que ser un auténtico perturbado, un parásito social, para viajar nueve horas y disparar a hispanos en El Paso. Hay que ser un degenerado para escribir los nombres de todas las personas a las que vas a matar en Dayton. Solo un desalmando, un loco de remate, un psicópata incapaz de comprender el sufrimiento que provoca, podría salir a la calle armado de esa forma.

Si no encuentra una explicación, échele la culpa a la locura. A la sinrazón.

Pero no se olvide de que en los Estados Unidos está en vigor una ley de 1791, la Segunda Enmienda, que permite a los ciudadanos, a los enfermos y a los sanos, comprar no ya revólveres y pistolas para defenderse, sino verdaderos rifles de asalto, armas de guerra diseñadas para disparar seiscientas balas por minuto. Seiscientas balas que brotan del cañón de un AK 47 o de un AR 15; armas de soldados y guerrilleros en el maletero de cualquier coche. ¿Cómo no van a tener los Estados Unidos una policía de gatillo fácil?

Esa Segunda Enmienda, lo contaba esta semana Alberto Rojas en , nació en un momento en que los norteamericanos de aquellos territorios donde el nuevo Gobierno federal todavía no garantizaba su seguridad usaban mosquetones de acero y carabinas que disparaban un solo tiro después de amartillarlas.

Pero es más fácil culpar a los locos que derogar una ley que alienta la locura. Es más fácil poner cara de póquer y hacer como si el discurso del odio, la retórica del miedo a los inmigrantes, y un derecho convertido en una amenaza, no tuvieran nada que ver con las masacres de Dayton y El Paso, de Gilroy y Aurora, de Sandy Hook y San Bernardino, de Las Vegas y Sutherland Springs, de Parkland y aquella primera de Columbine. La lista, macabra, es para echarse a temblar.