Diario de León

Homenajes públicos a terroristas, pederastas, violadores y narcos

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avier Ugarte es un terrorista penado a 191 años de prisión por participar en el asesinato de dos guardias civiles, secuestrar en 1993 al industrial Julio Iglesias Zamora y, tres años después, hacer lo mismo con el funcionario de instituciones penitenciarias José Antonio Ortega Lara. Tras cumplir 22 años de una condena de casi dos siglos de cárcel, el terrorista de ETA salió a la calle. En Oñate, su pueblo natal, le esperaban cerca de un millar de personas para tributarle, entre aplausos, un homenaje estimulado por el ayuntamiento de la localidad, en manos de EH Bildu, que difundió en sus redes sociales oficiales la convocatoria del acto y eslóganes de apoyo a los presos de la banda terrorista.

Con todo, el convicto fue recibido y jaleado en la calle en «loor de multitud» desfilando por un pasillo de abertzales como una estrella de cine bajo pancartas de bienvenida y vivas a ETA. Al final del recorrido le esperaban, entre otras «personalidades», el etarra Josu Zabarte, alias «el carnicero de Mondragón», un asesino en serie autor de 17 crímenes.

Xavier Ugarte fue uno de los cuatro terroristas que en 1996 secuestraron a Ortega Lara, al que mantuvieron durante 532 días en un cuchitril inmundo. Ha sido el cautiverio más largo y cruel ejecutado por la banda. El destino quiso que por una serie de factores el funcionario de prisiones no muriera en el interior del zulo subterráneo de siete metros cuadrados, como pretendían los etarras. La Guardia Civil lo rescató in extremis en julio de 1997 después de una laboriosa investigación que tuvo en vilo a la sociedad española y al propio Gobierno.

Conozco los pormenores del caso porque en aquella época me tocó ser portavoz de la Plataforma de Apoyo y Solidaridad con los Secuestrados (PASS), impulsada por la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias y apoyada por organizaciones policiales. ETA mantenía también secuestrado a un tiempo al empresario Cosme Delclaux.

Los etarras se cebaron especialmente con el funcionario de prisiones. Ante la desesperación por la tortura de estar enterrado en vida, Ortega Lara intentó adelantar su muerte suicidándose, pero no lo logró por falta de medios. Sabía que los terroristas le matarían tarde o temprano. Consciente de ello, ideó un sistema para despedirse de su familia: escribía unas palabras en el papel aluminoso de los quesitos y se tragaba la bolita con la esperanza de que cuando le hicieran la autopsia a su cadáver la encontraran en el estómago y la leyeran. Terrible.

Homenajear a terroristas es como hacerle un acto público de desagravio a un pederasta, a un violador, a un narcotraficante, a un torturador o a otro convicto siniestro. Repugnante. Los festejos de recibimiento ongi etorris a los etarras siguen realizándose en el País Vasco con tremenda impunidad. Las denuncias por enaltecimiento del terrorismo y vejación a las víctimas son esquivadas por los organizadores con artificios jurídicos y entramados tecnológicos a la carta. A ello contribuyen quienes están por la labor de blanquear el relato del horror y poner el cuentakilómetros a cero, como si nada hubiera ocurrido, para escarnio de los 853 asesinados por la banda en medio siglo de barbarie.

Más de 300 atentados con víctimas mortales esperan aún su esclarecimiento y la detención de los autores. Pese a ello, el mundo etarra sigue adueñándose de las calles de Euskadi mientras otros, por miedo o incuria, miran para otro lado con cara de despistados bajo el mantra pusilánime de que la banda criminal ETA ya no pega tiros en la nuca. A menudo la indolencia puede llegar a ser tan punzante como la maldad.

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