Diario de León
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ontinúa la insoportable situación de pánico y angustia de los 166 migrantes rescatados por el barco , que les ha librado de un futuro terrible en las aguas del Mediterráneo, pero que nadie quiere recibir. Un pasaje que incluye las 39 personas que el buque salvó en la madrugada del sábado, en aguas maltesas.

Otro nuevo episodio de la gran catástrofe humanitaria que nos debería avergonzar como europeos y que nos obliga a admitir que, la única alternativa que tienen los que han huido por mar para alejarse del horror, es morir ahogados. Enredados en la burocracia de Bruselas, instigados por la política antihumanitaria del ministro italiano de Interior, Matteo Salvini, hombres, mujeres y niños aguardan que algún país les permita desembarcar y continuar su éxodo hacia algún lugar seguro.

El ultraderechista Salvini mantiene cerrados a cal y canto los puertos italianos y considera que teniendo el bandera española, a Italia no le corresponde. Aquí, el Gobierno en funciones sostiene que España no es el puerto más cercano y seguro, y que es el que mejor cumple sus obligaciones de rescate en el mar. También intenta evitar que en Europa se asiente la idea de que sólo España puede salvar vidas.

Esa forma de desmarque revela insolidaridad y pocos escrúpulos. Con gran sensibilidad, el presidente del Parlamento de Europa, el progresista David Sassoli, ha solicitado al presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, una mediación de urgencia para atender a los pasajeros del y distribuirlos entre los países que puedan acogerlos «porque los pobres no pueden esperar».

Ante tanta desventura, es imprescindible lograr un acuerdo común que no olvide actuaciones positivas en los países de origen, que tanto se han proclamado. Mientras continúen los abusos, los desplazamientos serán constantes.

El coste va más allá de lo cuantificable. Y hablamos de vidas humanas: 840 personas han muerto en 2019 en el Mediterráneo, según Amnistía Internacional y más de 2.000 se ahogaron en 2018. Esta escalofriante situación la resume, certero, el profesor romano, Giorgio Agamben, protagonista inexcusable de la actual filosofía continental: «Son gentes, seres incalificables e inclasificables, huyentes del miedo, errantes sin derechos de ninguna clase. Vidas desnudas.»

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