Diario de León
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n la primera jornada de la sesión de investidura, Pablo Iglesias espetó a Pedro Sánchez una cruda evidencia incontestable: si el PSOE no hubiera cometido errores garrafales, Unidas Podemos no existiría. Este aserto, bien poco cuestionable, equivale a la afirmación de que los grandes partidos constitucionales no fueron capaces de prever la crisis, ni de prevenirla como era su obligación, ni mucho menos de gestionarla con el menor coste social posible, por lo que la ciudadanía, huérfana y sumamente indignada, buscó cauces de representación distintos, dentro y fuera del sistema constitucional. Sería interminable enumerar los errores que cabría imputar a PP y PSOE antes de la doble recesión, pero quizá el más aparatoso de ellos fue el de acunar amorosamente entre ambos la burbuja inmobiliaria. Cuando se produjo el estallido, cientos de miles de pequeños inversores quedaron colgados de la brocha, se arruinaron prácticamente todas las inmobiliarias y el desempleo llegó al 25% de la población activa, con lo que la indignación social alcanzó las cotas imaginables. Y si Rodríguez Zapatero tuvo que adelantar las elecciones de 2012 a 2011, acuciado por el desastre, la confianza que inspiró Rajoy a su llegada fue perfectamente descriptible. El modelo bipartidista estaba desacreditado irremediablemente y así sería durante un largo periodo de tiempo.

Fue aquella una oportunidad para las nuevas opciones y para los movimientos más o menos inorgánicos que cuestionaban el régimen del 78 y la propia democracia parlamentaria y ofrecían soluciones asamblearias y populistas. La movilización social que canalizó la irritación generalizada tomó cuerpo mortal en la gran manifestación de los indignados del 15 de mayo de 2011, cuando el país tocaba suelo y la desesperación se había adueñado de amplios sectores sociales. Las críticas al PPPSOE —término que identificaba al establishment— adquirieron gran dureza, y los lemas «no nos representan» y «democracia real, ya» supusieron una desautorización del modelo desacreditado que parecía tocado de muerte en aquella durísima coyuntura. Por fortuna, el desaparecido Rubalcaba, desde el Ministerio del Interior, supo capear aquellas movilizaciones sin que hubiera que lamentar consecuencias irreparables.

El resto de la historia es conocida: Ciudadanos, nacido en Cataluña para responder a un conflicto específicamente catalán, decidió extenderse a todo el Estado como partido bisagra. Y surgió Podemos, de la mano de Pablo Iglesias y de un grupo de jóvenes universitarios, pero empezó a decaer al ocupar el nicho de la extrema izquierda. Ahora que el régimen del 78 empieza a recomponerse, ¿serán superfluas las nuevas organizaciones accidentales, nacidas para sustituir a los actores del viejo sistema, o conseguirán sobrevivir a la normalización? Se admiten apuestas.

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