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León

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Historia es mucho más que fechas y la biografía de quienes toman decisiones desde un despacho, muchas veces sobre hechos que ellos mismos han provocado. Ahora ya sabemos que 23 leoneses murieron en los campos de Mauthausen y Gusen, asesinados por los nazis. El BOE ha publicado los nombres y apellidos de todas las víctimas. Sabemos también sus localidades de nacimiento, que es conocer el cielo que contemplaron de niños. Ya no son datos en un fichero o en la memoria íntima de una familia. Ahora les podemos contextualizar en el paisaje al que pertenecían, y al que les fue vetado regresar en vida. Ellos no envejecerán ha titulado Peter Jackson su documental sobre las víctimas mortales de la Primera Guerra Mundial, de la que la Segunda fue una consecuencia. Tampoco esos 23 leoneses pudieron envejecer.  

Su muerte fue tan terrible, convertidos en esclavos sin ningún derecho, que hace bueno caer de un disparo en la batalla del Ebro o luchando casa por casa en el frío Teruel. Adorno, el filósofo judío, afirmó: «después de Auschwitz escribir poesía es un acto de barbarie». Y no ciñó la culpa del genocidio solo a los nazis, la hizo extensible a una tara de Occidente que volvería a irrumpir, bajo una forma u otra, si no se actuaba en la raíz misma de la cultura que lo hizo posible. Con esas palabras, que luego iría matizando, vino a decir que tras el horror nazi toda belleza era escapista y, por tanto, una ofensa a la memoria de las víctimas.  

Pero ante la amenaza agresiva del mal, toda manifestación de lo mejor del ser humano —incluidos el humor y la bondad— nos permiten autoafirmarnos. La filósofa y religiosa Edith Stein, judía convertida al catolicismo, fue asesinada en Auschwitz, en 1942. Ella posiblemente nos rogaría: «Escribid poesía, pintad, componed… pues son el destello de vuestros dones».  

Ayer y hoy, el horror se beneficia del silencio. No es la poesía de Antonio Gamoneda, ni la de Salvador Negro y Margarita Merino, por citar voces que admiro, la que debe callar ante emigrantes ahogados en el mar. Calle antes el mal su estruendo. El Gobierno ha hecho, pues, un bello acto de justicia poética. Prisciliano, Olegario, Florencio, Arturo, Celestino… bienvenidos a casa. Ya sois y estáis.