Pantallas
El mundo es una pantalla. El mundo está hecho de múltiples pantallas. Miremos donde miremos, una pantalla nos seduce y nos cuenta su historia, repleta de ilusiones y falacias, invenciones y sueños. Una pantalla puede decir la verdad siempre que sepamos plantearle las cuestiones pertinentes. Mira una pantalla donde aparezca el presidente interino y observa cómo habla de sus adversarios, cómo difiere las respuestas sobre plazos y pactos futuros. Mira otra donde comparezca ante los medios cualquiera de sus rivales y verás los cálculos mentales con que pretende disimular sus estrategias y planes.
No vivimos en una democracia directa. Hay demasiadas pantallas, demasiados cómputos, demasiadas estadísticas, demasiados intereses creados, como para que la voluntad expresada en las elecciones se traduzca de un modo inteligible en la realidad. Vivimos en plena ‘videocracia’ y debemos aprender a entenderla sin prejuicios. El poder lo tienen las pantallas virales y quienes nos hablan desde ellas para que nos pleguemos a narrativas elaboradas por asesores cuyos nombres apenas recordamos. No podemos ser ingenuos, ni tampoco olvidar que gracias a las pantallas los humanos tomamos conciencia de la comedia de la vida. A veces las pantallas dicen verdades como puños.
La democracia espectacular, pese a todo, es menos falsaria que cualquiera de sus precursoras. Apenas tolera la retórica y castiga la palabrería. Exige cumplimiento de promesas y acuerdos programáticos. Ya no se gobierna solo con espejismos o deseos insatisfechos. Si la transparencia del sistema se vuelve desnudez, como pasó hace poco en el Parlamento, considéralo una invitación a pensar con más inteligencia.
La ‘videocracia’ convierte la política en espectáculo porque es la única forma de que los espectadores quieran participar en ella. Las pantallas ayudan al consenso de vivir en comunidad y esto no tiene nada de malo, excepto cuando los demagogos toman el control. Nuestro error como votantes es que olvidamos a menudo qué clase de políticos nos representan. En el fondo, los políticos actúan como pantallas y las pantallas son caprichosas y también pueden mentir.
Las pantallas no son como el oráculo de las bodegas Vega Sicilia, que pronostica males futuros para la España autosatisfecha de hoy. En el futuro, si las cosas siguen así, deberíamos tener un programa televisivo tipo ‘Gran Hermano’ para conocer mejor a los políticos antes de entregarles la confianza en las urnas. El problema actual es que estamos atrapados en un nivel del juego político donde los egos de los líderes pesan más que los programas o los valores. No es fácil salir de ahí. Y el bucle fatal puede enredarse aún más en las próximas semanas. Mirar las pantallas donde comparecen los protagonistas del conflicto constituye una acción democrática y cambiar de canal cuando mienten o disimulan un acto regenerativo. Sea como sea, urge pasar de pantalla.