Diario de León
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León

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l desmembramiento de la artificial Yugoslavia, creada al termino de la primera guerra mundial tras la derrota de los imperios centrales, que auspició la tormentosa agregación de los territorios de lengua mayoritariamente eslava, fue consecuencia de la terminación de la guerra fría, que liberó todas las tensiones presentes en la región, en especial el nacionalismo serbio que, con Milosevic a la cabeza, empezó a actuar con agresividad compulsiva a finales de los años ochenta del pasado siglo.

Aquella implosión de la frágil Yugoslavia, más o menos tutelada por Alemania, que dio lugar a la aparición de seis nuevos estados (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia del Norte y Serbia) y la independencia todavía no reconocida internacionalmente de la provincia Serbia de Kosovo y Metohija, pareció relativizar las sacrosantas fronteras europeas fijadas tras la Segunda Guerra Mundial y fue invocada por oportunismo por el nacionalismo radical catalán como referente.

La Unión Europea, sin embargo, no ha picado el anzuelo y ha dado una respuesta política y jurídica de gran dureza a las pretensiones del soberanismo catalán, que ha cometido un despropósito sin anclajes ni fundamentos históricos de ninguna clase, sin suficiente masa crítica y sin el debido acatamiento a las leyes democrática de un país impecablemente pluralista cuya Constitución posee plena legitimidad de origen y a la que, por cierto, los propios nacionalistas catalanes que habían combatido la dictadura franquista en la clandestinidad contribuyeron a elaborar y asentar en 1978.

Puigdemont, que defiende el unilateralismo y el ‘cuanto peor, mejor’ porque el final del conflicto le dejaría absolutamente descolocado (si regresa a España será juzgado y seguramente condenado), está cada vez más solo. Sus aliados flamencos del N-VA han salido del gobierno belga, y uno de sus activistas más beligerantes contra Madrid, Jan Peumens, ya no es presidente del parlamento flamenco. Antonio Tajani, su enemigo en el Parlamento Europeo, ha sido sustituido por otro socialita, Davis Sassoli, igualmente antinacionalista. Y la política exterior de la Unión Europea está en manos de un ilustre catalán, viejo conocido de los radicales, Josep Borrell, la bestia negra de los soberanistas porque ha denunciado y puesto en evidencia sus falacias y su sectarismo. Y por supuesto, el nuevo parlamento español sigue sin parecer a los europeos un nido de fascistas, como tratan de presentarlos el de Waterloo y sus amigos.

Pintan bastos para Puigdemont, quien no debería hacerse ilusiones sobre los efectos de la sentencia del 1-O, sea cual sea su sentido. El Supremo tiene bastante prestigio para sentar cátedra, aquí y en Europa, cuando decide con argumentos sobre el cumplimiento de la ley.

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