«La puerta estrecha»
La catedral de León causa admiración a los ojos que saben leer esta «Biblia en piedra»: El tímpano central de su pórtico occidental presenta al pantocrátor, flanqueado por dos ángeles y los dos intercesores que estuvieron al pie de la cruz: María, su madre, y el discípulo amado. En su base, se muestra el resultado del Juicio: El arcángel san Miguel con su balanza, pesando las almas: en la parte del platillo elevado –que no pesa-, tenemos a los desdichados del infierno, con las famosas calderas de Pedro Botero; en la parte del platillo abajado por el peso, encontramos a los Bienaventurados, que avanzan, acompañados por la música festiva, hacia una puerta estrecha que mantiene abierta san Pedro, portando las llaves.
En el evangelio de este domingo Jesús nos pide: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha» (Lc 13,24). Lo decía camino de Jerusalén, el lugar donde consumaría su entrega; y lo decía a propósito de una pregunta que condensa la preocupación de su tiempo: «¿Serán pocos los que se salven?» Así formulada, en tercera persona del plural, parece brotar de la mera curiosidad y no afectar a quien la plantea. El Señor, sin embargo, pone todo el peso no en el número de los salvados sino en el esfuerzo que implica la salvación. «Ancha es la puerta y amplia la senda que lleva a la perdición», añade la versión mateana (Mt 7,13).
Respiramos un «buenismo» que ha impregnado incluso algunos ámbitos de lo religioso: aunque predomine el sentido horizontal de una fe distorsionada, pervive la creencia en un Dios tan bueno que acogerá a todos, sean cuales sean sus modos de proceder en la vida. Es una forma ingenua de justificación poco exigente. Lejos de este modo pensar, Jesús nos recuerda que la salvación exige esfuerzo. Actualmente esto suena poco atractivo. No obstante, lo más atrayente es alcanzar aquello para lo que uno ha nacido y el mayor éxito, superar todos los obstáculos para conseguirlo: entrar por la puerta estrecha.