Diario de León

TRIBUNA | ¿Qué estamos haciendo?

Publicado por
Ara Antón | Escritora
León

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Hoy, mientras atendía, con la habitual «mala uva» con la que suelo aderezar «mis labores», que sin firmar nada, al menos que yo recuerde, llevo realizando, con idéntico humor, toda mi vida...

¡Desbarro! No era por ahí por donde quería ir, con tener tema, no solo para un comentario, sino para varios libros que no voy a escribir porque no interesarían a nadie... Bueno, quizá a muchas mujeres que, incluso desempeñando trabajos fuera de casa, cargan con «sus labores», a pesar de que —ahora se llena mucho la boca con eso— tengan la suerte de contar con la ayuda de sus maridos o hijos, pero serán sus espaldas las que soporten el mayor peso de la marcha de su hogar.

¡Que no era esto, vaya! Que solo era la entrada para decir que oía de lejos noticias en un viejo aparato de radio, el cual, la mayoría de las veces, me acompaña solo con su ruido, pues lo que cuenta me lo sé de memoria y no lo escucho. Pero hoy sí y hasta detuve mis movimientos para no perder una sílaba. Un locutor comentaba que, en el distrito de La Latina en Madrid, una niña —que no una joven, como decía— de catorce años había apuñalado, presuntamente por celos, a otra de trece en el portal de la casa. Y a continuación, sin dejarnos digerirlo, ni siquiera respirar, otra noticia de parecido cariz: Un chico de diecisiete años apuñala, y este mata, a su madre de treinta y seis. Y todo seguido: Un niño de doce años ingresado en coma en un hospital, borracho perdido. Y siguen: Dos críos de un colegio se ponen de acuerdo; uno espera en un servicio del centro a otro, que, con engaños, conduce hasta allí, de la mano, a una compañera de trece años, a la que obligan —o pretenden obligar porque la niña consigue huir— a realizarles tocamientos y... tal.

Somos el espejo en el que estos niños y jóvenes se miran, y resulta que solo ven corrupción,    y abusos         y mentiras

Ya no sigo escuchando. Me quedo quieta, olvidando los quehaceres —lo cierto es que no quiero más que una disculpa, pero ahora es mucho más que eso—, tratando de digerir lo que acabo de oír. Doce años, trece, diecisiete... Pero, ¿qué estamos haciendo los adultos, a los que supuestamente corresponde preparar a estos niños para vivir en sociedad? ¿Qué clase de normas o principios o...? Mejor, ¿Qué clase de testimonio les ponemos delante para que antes de echar los dientes ya estén mordiendo?

Las generaciones se han ido sucediendo y su evolución hacia una posible mejora, no solo se ha detenido, ha retrocedido claramente. Desde el idealismo de aquel «Haz el amor y no la guerra», pasando por los ejecutivos que se dejaban la piel en el trabajo y la competitividad, hemos llegado a estos críos que matan, roban o violan y, encima, en muchos casos, lo graban en sus móviles, para hacerlo público y presumir del cieno en el que se divierten chapoteando.

Ellos no son los responsables porque apenas tienen datos para juzgar sus actos. Los únicos responsables somos nosotros. Usted y yo, padres, profesores, políticos, sacerdotes... Cualquiera que tenga obligaciones y más o menos poder porque somos el espejo en el que estos niños y jóvenes se miran, y resulta que solo ven corrupción y abusos, mentiras, cotilleos, gritos, empujones, zancadillas y dientes rotos, en el vacío empeño de trepar, subir y mandar porque ahora no existe ninguna meta o crecimiento más que el dinero y el hedonismo, el alimento de la parte animal del hombre. Hemos conseguido anular la espiritualidad, los ideales, el deseo de hacerse mejor y mejorar al propio tiempo el entorno. Ahora solo nos hacemos fotos y nos reímos ante los problemas y dejamos correr el tiempo, en la idea cómoda y estúpida de que las dificultades se arreglarán por sí solas. Desgraciadamente, nunca suele ser así. Muy al contrario, esos conflictos no encarados van dejando personas de mente enferma y muertos en las cunetas o en los portales, que tanto da.

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