Tribuna | Autonomía leonesa, un poco de historia
" La unión con Asturias aparecía destacada. Hubiese sido una buena opción, ya que desde el punto de vista histórico (el reino de León se forma cuando los reyes asturianos trasladan la capital de Cangas de Onís a León al conquistar el territorio hasta el Duero) era la más lógica
Si en 1979 no hubiese fallecido de forma inesperada Baldomero Lozano, diputado del PSOE por León, con toda seguridad estaríamos ante un mapa autonómico bien diferente. Este joven político (38 años), experto en derecho fiscal, tenía ante sí un brillante futuro y su opinión era respetada tanto en León como en Madrid. Pese a no ser leonés había sido elegido diputado por León, habida cuenta de la mediocridad de cuadros del PSOE en la provincia, y porque Felipe González contaba con él a nivel nacional, tanto en un hipotético gobierno socialista como en la oposición a la UCD de Adolfo Suárez. Implicado desde el primer día en la política leonesa conocía muy bien el sentimiento de la ciudadanía y era decididamente partidario de una autonomía para el Viejo Reino.
Pero no es el objeto de este artículo describir la profunda crisis que produjo la sucesión de Baldomero en el Partido Socialista Leonés, ni como quienes le sucedieron intentaron, y consiguieron, borrar su memoria y sus planteamientos. Decir simplemente que hubo un giro de 180 grados, acercando posiciones con el centro derecha de Martín Villa en cuanto al diseño autonómico castellano-leonés se refiere. Este nuevo planteamiento, compartido por el Partido Comunista, pudo costarle la Alcaldía de León al socialista Gregorio Pérez de Lera, al repetirse elecciones municipales en tres mesas de barrios populares, dando como resultado la elección de Juan Morano, al que luego me referiré.
Rodolfo Martín Villa sin duda fue el principal artífice de la unión de Castilla y León, pese al profundo rechazo que suscitaba en la ciudadanía leonesa. Conocedor y defensor de las diputaciones provinciales como instituciones capaces de llegar al medio rural con políticas compensatorias, tanto desde el punto de vista económico como social, sanitario o de obras y servicios, proyectaba la futura región como una mancomunidad de diputaciones. Bastaría un mínimo aparato de gestión en Valladolid, que transfiriera competencias y recursos a las diputaciones, mucho mejor asentadas en el territorio. Para alguien que no creía en las autonomías la idea no parecía mala, pero se equivocaba. Y se equivocó porque una vez creado el monstruo éste se dotó de competencias legislativas y engordó progresivamente, no a costa de arrancarle competencias al Estado, sino a las propias diputaciones, creando planes de obras, carreteras, etc. paralelos y cada vez mejor dotados. Así fue creciendo el nuevo y voraz centralismo vallisoletano. Se olvidó rápidamente la intención de quienes elaboraron el Estatuto de Castilla y León, que de forma intencionada no habían fijado la capitalidad ni la sede o sedes de las Instituciones. León no albergó ni la sede del Gobierno, ni de las Cortes, ni del Poder Judicial. Tan solo el Procurador del Común, una figura irrelevante e incluso diría innecesaria, toda vez que existe un defensor del Pueblo.
La Diputación de León había elaborado una macroencuesta con más de mil entrevistas, en la que se preguntaba a la ciudadanía sobre el modelo autonómico. Se ofrecían varias alternativas, tratando de minimizar el porcentaje de cualquier respuesta. Los resultados no debieron gustarles, pues no se hicieron públicos, pero quien suscribe sí pudo echarle un vistazo al borrador. La unión con Asturias aparecía destacada. Hubiese sido una buena opción, ya que desde el punto de vista histórico (el reino de León se forma cuando los reyes asturianos trasladan la capital de Cangas de Onís a León al conquistar el territorio hasta el Duero) era la más lógica. Vínculos culturales, económicos, con la minería como telón de fondo, y sociales han unido siempre a leoneses y asturianos. El propio alcalde de Oviedo, Antonio Masip, era partidario de esta unión y así lo expresó públicamente en varias ocasiones. Pero a Martín Villa esta opción le ponía los pelos de punta. Asturias, provincia con mayor población, era de izquierdas y en el cómputo general con León significaba la pérdida política de su provincia natal.
Otras opciones que obtenían altos porcentajes eran tanto el Reino de León con Zamora y Salamanca como León sólo. Desde luego la menos votada con diferencia era la que al final se realizó. En el proceso de constitución de la autonomía se forzó a los Ayuntamientos a celebrar plenos con evidentes presiones políticas. Se decía que una provincia como León no podría mantenerse, cuando Santander (Cantabria) y Logroño (La Rioja) ya se habían desgajado de Castilla. Nunca se explicó que la autonomía uniprovincial eliminaba un nivel administrativo, el de la Diputación, y por tanto abarataba costes. Siempre se dijo que la sede parlamentaria se iba a instalar en León, y más concretamente en el Hostal de San Marcos. ¿Ustedes lo han visto? Yo tampoco. El triste final del proceso es de sobra conocido.
La contestación y el malestar se hicieron patentes en la ciudadanía. Grupos autonomistas como el GAL, o partidos como el Prepal, intentaron conservar el sentimiento leonesista con escasa fortuna. Hubo un momento trascendental cuando el alcalde de León, Juan Morano, tomó la bandera del leonesismo consiguiendo movilizar a miles de ciudadanos. Nunca se sabrá si el leonesismo de este político de UCD era auténtico o simplemente lo utilizó en un momento bajo de su carrera. Lo cierto es que acabó traicionándolo y dejándolo huérfano y herido de muerte con su fichaje por el Partido Popular. La Unión del Pueblo Leonés, con falta de liderazgo y profundas divisiones internas, tampoco fue capaz de dar una respuesta contundente. Parece, sin embargo, que están resurgiendo y no sería de extrañar que en el futuro pudieran capitalizar de nuevo este sentimiento, hipótesis que debería hacer meditar al PSOE y al PP.
Como conclusión, cabría preguntarse por qué resurge ahora el movimiento leonesista. La respuesta no sería una, sino varias concatenadas. En primer lugar habría que pensar que nunca han desaparecido sentimientos y tradiciones fuertemente enraizadas, especialmente en el medio rural. Sin duda políticos como el alcalde de Valladolid o el Presidente de la Junta disparan el sentimiento cada vez que cuestionan el aeropuerto de León, o las escasas inversiones provinciales. Pero, probablemente, la mejor explicación habría que buscarla en la profunda crisis económica y demográfica que está hundiendo a esta provincia, que fue la más poblada y con mayores recursos de la región y hoy languidece tristemente. El hartazgo ciudadano y el convencimiento de que los grandes partidos utilizan como sucursales a los territorios se están extendiendo. Crece el convencimiento de que solo una apuesta decidida por lo local (véase Teruel Existe, el partido de Revilla y otros que están surgiendo) puede cambiar el panorama, conseguir influencia e inversiones y quitarles el protagonismo a los nacionalistas vascos y catalanes. Llámame provinciano pero dame buenas carreteras e inversiones. O, como diría el cazurro, dame pan y llámame perro. El alcalde de León lo ha visto meridianamente. Una desautorización de su partido podría relanzar, y mucho, a sus socios de gobierno, tanto en el Ayuntamiento como en la Diputación. Ya veremos.