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Publicado por
Ricardo Magaz | Profesor de Fenomenología Criminal y escritor
León

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Ya escribí en otras ocasiones sobre la figura pública de Rodolfo Martín Villa. He de confesar, a fuer de sincero, que no es precisamente un político santo de mi devoción. Y no lo es por muchas razones. Una de ellas, su pasado falangista de camisa azul y brazo en alto durante la dictadura y hasta el mismo momento de la muerte de Franco en 1975 cuando, cual San Pablo, se cayó del caballo totalitario y se volvió de pronto «demócrata de toda la vida». Tan demócrata que al poco tiempo esbozaba una sonrisa cómplice cuando varios alcaldes le llevaban en volandas a la «silla de la reina» para que no se manchara los zapatos en un barrizal en la comarca de La Cabrera donde había acudido a dar un mitin a sus fieles en invierno.

Tampoco sería honesto solapar el hecho de que Martín Villa fue absolutamente determinante, como diputado y titular de la cartera de Administración Territorial, para que León formara parte de la actual autonomía de Castilla y León; fundamentalmente por intereses personales del ministro que luego disfrazó arteramente bajo el manto redentor de «razones de Estado».

Martín Villa es un personaje incombustible que ha ido encadenando cargos durante casi 70 años. Ha sido de todo: jefe nacional del SEU cuando estudiaba en la universidad, preboste de Falange, procurador de las Cortes franquistas, gobernador civil y, tras la muerte del dictador, ministro de Relaciones Sindicales en el tardofranquismo o, entre otras altas responsabilidades, vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior donde lo tuvimos por un lustro dirigiendo las FFCCS, lo que le valió el apelativo de ‘la porra de la Transición’.

En una de mis tribunas en esta sección ya subrayé que acaso Rodolfo Martín Villa no contaba con que el pasado no es sino un prólogo odioso de lo que está por venir. La buena memoria es enemiga del descanso. En efecto. El todopoderoso «guía de voluntades» se ha convertido en un fugitivo de la justicia. La Interpol de Argentina dictó en 2014 una orden internacional de busca y captura acusándole de crímenes de lesa humanidad, imprescriptibles, por la matanza de Vitoria en marzo de 1976 donde murieron a tiros cinco trabajadores en el interior de una iglesia cuando Martín Villa era uno de los ministros del ramo. Él niega los hechos que se le imputan. El caso lo instruye la jueza María Servini de Cubría en el marco de la causa 4591/10 del Juzgado Nacional de lo Criminal y Correccional Federal número 1 de Buenos Aires.

Martín Villa comparte lista de prófugos en busca y captura por Interpol-Argentina, entre otros imputados, con el policía torturador Juan Antonio González Pacheco, Billy el Niño , y el político leonés Fernando Suárez González, vicepresidente tercero del Gobierno de la época, que validó con su firma las sentencias de muerte de los cinco fusilados en 1975 en Madrid, Barcelona y Burgos.

De momento, Martín Villa va eludiendo su extradición y el ingreso en prisión, como viene pidiendo la jueza Servini de Cubría. El exministro se acoge a la ley española de Amnistía de 1976 con el fin de que Interpol-España no ejecute la orden internacional de arresto. No hace mucho, y viendo que las cosas se torcían seriamente pese a la «tabla rasa» que supone la amnistía del 76 en nuestro país, depositó una fianza millonaria en el Juzgado instructor bonaerense para aplazar su posible detención y permitirle declarar en libertad. Así están, no obstante, las cosas por ahora.

Augusto Pinochet tropezó con un periplo judicial similar. La Audiencia Nacional española le reclamaba por delitos de lesa humanidad. Eludió con arrogancia su detención durante años hasta que, pagado de sí mismo, salió de Chile y cayó el peso de la justicia sobre él.

¿Absolverán los tribunales y la historia a Martín Villa? La excusa más común es culpar al destino.