Tribuna | Expatriarse
Casi todo el mundo afirma que irse a otro país es una oportunidad que no hay que desaprovechar, pero, a la hora de la verdad, pocos están dispuestos a dar un paso al frente. Que si una nueva vida, mayores responsabilidades, más «calidad de vida» (en muchos casos sólo quiere decir más dinero). La familia no siempre es fácilmente trasplantable y hay que conocer, antes, los riesgos. De recordarte las ventajas siempre se encarga alguien; de los riesgos no tanto. Un cambio de país no es la divertida aventura de meter muebles en un contenedor y niños en un avión y, al día siguiente, como si no hubiera pasado nada. Son demasiadas cosas las que cambian, a veces el idioma, la cultura, los amigos, el entorno, el colegio, la familia… Ponerse-en-el-lugar-de-los-otros. Por ejemplo, de los hijos. Llegar a un colegio en otro país suele ser terrible. Y al regresar el problema es el contrario. En definitiva, aprender a adaptarse.
Y qué decir de cuando el cónyuge, no pocas veces, va algo forzado porque ha tenido que dejar su propio trabajo. Eso dificulta la integración, ya de por sí compleja. ¿Y si él o ella no quiere moverse? ¿Adiós oportunidad o quizá la solución sea vivir cada uno en un sitio?: malo, malo… Incluso pueden emerger problemas de pareja latentes y venirse todo abajo. La decisión de un traslado ha de tomarse conjuntamente por los cónyuges, de forma muy meditada. Un asunto todavía sin resolver: el asunto de las carreras duales. Ya sabes, aquello de sorber y soplar al mismo tiempo. El viejo esquema de directivo con esposa dispuesta a seguirle a donde sea es, desde hace años, parte del pasado. Lo normal es que ella también trabaje, muchas veces, cada vez más, con un buen trabajo, igual o mejor que el de él. No siempre es ella la que deja el trabajo. Es un asunto de pareja y como tal debe resolverse: uno de los dos debe renunciar a su carrera o modificarla. No siempre se tienen todas las soluciones a todos los problemas.
La movilidad es un plus en la carrera profesional y una prueba que mide la solidez de la familia. No siempre es fácil. A un amigo la maravillosa promoción de su carrera profesional le costó el divorcio. Su empresa le propuso irse a México como director general de una empresa del grupo. Su mujer tuvo que dejar el trabajo. No fue fácil acostumbrarse al nuevo entorno. Los problemas conyugales se multiplicaron hasta el punto de que ella decidió volverse a España con su hijo. Él regresó cinco años después y su hijo prácticamente le había olvidado. Con el tiempo consiguió reconstruir los lazos, con su hijo… Tres años después le ofrecieron otro puesto en el exterior y, aunque era más cerca, Londres, no aceptó. En detrimento de su carrera no quiso volver a poner en peligro su familia.
La integración es fácil para el profesional porque mucho de ésta se produce a través de su trabajo, pero el otro y los hijos lo pueden pasar muy mal al verse en la obligación de crear nuevas relaciones sociales partiendo de cero, con barreras idiomáticas y culturales. Si del traslado derivan problemas conyugales es porque ya existían previamente. Si hay una buena relación de pareja la unidad se refuerza, al existir un objetivo común que hay que enfrentar. En cualquier caso, la clave del éxito pasa por estar cerca de la familia, sobre todo en el periodo inicial. Que se imbuyan rápidamente de la cultura local, que hagan amigos nativos y viajen para aprender las costumbres. Que sean positivos y aprovechen la oportunidad de disfrutar de las cosas buenas de ese país, ya que el choque cultural puede hacer que sólo se fijen en lo negativo. Que aprecien en lo que vale la educación internacional que recibirán los hijos y los conocimientos de otras lenguas y formas de ser. En muchos casos, viviendo una experiencia de expatriación, la familia se vuelve como una piña, las nuevas experiencias se viven en común. Se aprende mucho.