Tribunas | Vivan los pueblos vivos (Sinergias -ábside 3-)
Aquí seguimos y aquí continuamos después del último Vivan los pueblos vivos (Pleitos -ábside 2-) , (18-11-2019). En los tiempos obligados de las dictaduras y los totalitarismos los gobiernos de tabla rasa hacen desaparecer las reglas de libertades y a todos nos ponen una cabeza, dos manos, dos piernas y un motor que nos mueve. Pero ninguno de nosotros somos independientes, ni libres, ni siquiera nosotros mismos. No es tampoco fácil en un régimen de teórica libertad tener propia autonomía de pensamiento, lo que se entiende como criterio propio. De hecho, muchos no podemos presumir de ello. En esos regímenes dominantes de «yo» nos programan un patrón de movimientos con unos límites estancos de acción ya tasados, y caminamos y pensamos y hacemos siguiendo el fiel programa de no salirse de aquí y no pasarse de allí. Somos un piñón fijo. Nos obligan a ser así, o «a la cuneta».
Pero en un régimen de libertades, la cabeza, las manos y las piernas (obviamente es metáfora) resulta que son de cada uno e intransferibles, y esto para algunos pueblos, pensado por algunos papá Estado de alargados vicios muy arraigados todavía, puede que hasta sea considerado «demasiadas concesiones». Cada uno piensa con su cabeza, hace con sus manos y camina con sus piernas, tanto, como tanto pueda para emanciparse. Legítimo e incluso beneficioso para el conjunto cuando el conjunto se armoniza. Pero a partir de aquí tenemos ya el problema porque se estudia mal, se mira de oblicuo y se termina sospechando. Hay en ello algo de envidia, o de incapacidad, o de recelo. Freno, pues, a los espabilados para entre tanto a ver si espabila el resto. Y el resto, ¡ay! Para qué vamos a detenernos en ahondar sobre ello. Nadie levantará la cabeza a base de limosnas, no por la limosna, sino por la escuela pedagógica de la limosna.
Este recurso patriarcal siempre ha estado asumido por la razón del bien general, pero esta entrega de unos pocos a un bien general más equilibrado de los más, no puede cronificarse en el tiempo
Por lo tanto el desatado de ligaduras mentales y físicas, la arribada a la libre expresión y acción de personas y pueblo, elimina esos diques de limitación programada, y esas personas y esos pueblos empiezan a desarrollarse según sus propias capacidades y asimilación de riesgos. Pero no todas en todos son iguales. El Estado, sabiéndolo y previniéndolo, se ocupa de implementar «elementos correctores» que minimicen la ventaja, actitud y/o aptitud de unos en beneficio de otros. Este recurso patriarcal siempre ha estado asumido por la razón del bien general, pero esta entrega de unos pocos a un bien general más equilibrado de los más, no puede cronificarse en el tiempo, entre otras cosas porque los ritmos de unos y de otros son distintos y los que más gastan son a su vez los más necesitados del combustible que añade progreso retroalimentándose tanto los medios como las necesidades que a la postre producen un resultado social que a su vez también es exigente.
El mantra de la ventaja industrial catalana y por lo tanto de su mayor potencia económica con respecto a otros, entre el vulgo se suele situar en la generosidad del «generalísimo»..., llevando allí fábricas, se dice. Bulo, porque ese señor nunca fue omnipotente; porque las empresas han sido siempre libres para ir donde quieran y marchar cuando les dé la gana; porque ya había mucha tradición industrial; porque la cercanía a Europa las favorecía más; por el mar y su puerto y su comercio; porque ha habido lugares que entonces no las querían, ¿verdad León?; porque hay zonas, igual que hay sociedades, que valen más para vendimiar que para cargar cestos (perdón), y eso también era «razón de Estado»; o porque Madrid es grande por decreto, otra «razón de Estado» pero de distinta naturaleza.
¿Por qué no se hace publicidad y se la afea del requerimiento del Gobierno (PP) a los bancos Sabadell y La Caixa a que retiraran miles y miles de millones de euros —y así fue— de sus sedes centrales y externalizaran su sede jurídica? ¿Y de las «presiones políticas del rey» para el cambio de sede de la Seat a raíz del 1 de octubre de 2017? ¿Y el impulso de los medios estatales a crear miedo a paladas y a poco menos que alegrarse cada vez que una empresa anunciaba su cambio de sede fuera de Cataluña? Todo esto y mucho más, que queda en el tintero, está en la más reciente memoria colectiva catalana. ¿Pretende el Estado que las heridas no escuezan y pasen desapercibidas y apenas sin señal de mal trato en un pueblo, decimos, que no es una «comunidad autónoma» sino una real entidad superior de vertical orgullo y afirmada pertenencia propia?
¿Cuántas veces se han criticado las «embajadas» catalanas? Las así llamadas, pretendiendo patinarlas de un estatus exagerado que no le «correspondería» a una comunidad autónoma, no son más que oficinas comerciales —como también las tienen el resto de comunidades, más menos, cada una con sus medios y sus riesgos de aventura en el negocio— para hacer sus gestiones comerciales internacionales, urdir lazos, expandir comercio y crear riqueza en su territorio. Que los tontos nunca van a ser capaces de alcanzar a los listos..., bien lo sabemos, y lo entendemos. Pero esa harina ya es de otro costal.
Lo hemos centrado únicamente en economía, pero podríamos extrapolarlo a cualquier otra materia. La economía, sin embargo, no es lo más lacerante que haya sufrido Cataluña. Más daño han hecho los desafectos emocionales, los despechos de la prepotencia de un Estado a un pueblo que no se calla, que no tiene por qué callarse, que mantiene en alto su dignidad de firmes cimientos seculares, y que desde luego siente pueblo, país, nación. «Comunidad autónoma» es una expresión inexistente en Cataluña. Ojo con esto porque parece que en la España rasa y deprimente y decepcionante de «a por ellos» todavía no sea concebible que en España hay pueblos y naciones tan pueblos y tan naciones como la propia España, si no más y mejor vertebrados y entre sí mejor reconocidos. Y nadie se lo puede afear. ¡Faltaría más! Podríamos afear, sí, a otros pueblos y naciones que después de haber coincidido con la suerte de caerles del cielo —de corrido desde Asturias— un Estado con su monarquía entronizada, con su gestión, personalidad y diferenciación, ¡incluso lengua propia!, han ido desapareciendo hasta ser simples sociedades «anónimas» (León, estamos hablando de ti). ¿Pero a los que se significan?, ¿a los negados a morir?, ¿a los que no quieren ser un mero pasaje temporal? No. ¡Viva la vida mientras viva! ¿Por qué matarla antes?
El conflicto catalán, firme, digno, democráticamente para rendirse, podría extrapolarse a cualquier lugar del Estado en cualquier ocasión y/o en otra petición-necesidad diferenciada, y por lo que hemos visto en la respuesta del Estado, un «tsunami democràtic» reivindicativo en cualquier otra latitud española podría ser, no tardando, una reunión de más de tres personas y, como en otros tiempos, considerarlo delito. Y nos, y les preguntamos: ¿Vamos bien? Porque la democracia no se gana ni se tiene a cachos ni por zonas.
¡Hasta próximo ver!