TRIBUNA | Un santo español ‘bendice’ el proyecto de ‘impeachment’ de Trump
Bueno, no tanto, pero lo parece. Si una imagen vale más que mil palabras, la foto publicada en prensa y que ilustra las noticias sobre que el juicio a Trump arranca por fin con la lectura de los cargos bien merece unos comentarios. En ella se ve a «los siete diputados que dirigirán la acusación contra Trump» atravesando el Salón Viejo de la Casa [de Representantes] (The Old Hall of the House [of Representatives], que fue la sede del Congreso desde 1807 a 1857 y que hoy es conocido como el Hall o Salón Nacional de las Estatuas (National Statuary Hall) en el que cada estado de la Unión tiene dos que representan a alguno de sus más ilustres e históricos ciudadanos. En la impresionante foto aparece en primer plano una cruz que parece ‘bendecir’ la solemne procesión de los siete diputados.
Da la casualidad de que esa cruz es la que enarbola la estatua del franciscano español, natural de Petra en Mallorca, hoy venerado como san Junípero Serra, tras ser canonizado por el papa Francisco el 23 de septiembre de 2015. Fundador de la cadena de misiones a lo largo de la costa californiana en las que se educaba a los indios y se intentaba cambiar su vida nómada por la sedentaria, la imagen de san Junípero en el National Statuary Hall es, desde 1931, una de las dos que representan al estado de California, siendo la otra la del expresidente Ronald Reagan.
Debido precisamente a la cruz que enarbola, y que no parece asustar mucho ni a los siete ahora famosos diputados que desfilan ante ella ni a los miles y miles de usamericanos que a diario visitan el Hall, la estatua del mallorquín es una de las más espectaculares entre las treinta que en él se exhiben y las otras setenta que, por no caber en la sala principal, están situadas en otros puntos del Capitolio.
Pensar que en el Palacio de las Cortes españolas hubiera una estatua similar, hoy sería para muchos de los que allí ‘trabajan’ motivo de horror. ¿Puede uno imaginarse al honorable señor Rufián o al que no lo es precisamente doctor Sánchez, atravesando el Salón de los Pasos Perdidos bajo signo tan ominoso como una cruz? ¡Dios —o quien ellos invoquen— nos libre!
Con esto en mente, volvamos al National Statuary Hall, donde el fraile mallorquín tiene otro colega allí representado: el belga san Damian de Veuster, más conocido como el padre Damián de los leprosos, que representa en el Hall al estado de Hawaii, en cuya isla de Molokai ejerció su maravillosa obra de asistencia a los leprosos de todo el archipiélago que eran hacinados en ella y en la que él mismo murió el 15 de abril de 1899 infectado de la terrible enfermedad.
Ya puestos a ‘asustar’ a alguno de nuestros ínclitos padres de la patria, a los que parece quitar el sueño ver una cruz, un halo de santidad o una simple sotana, volvemos al mencionado Hall para descubrir que, además de los dos santos mencionados, tienen allí sus estatuas dos famosos misioneros: el jesuita francés padre Jacques Marquette, que representa al estado de Wisconsin, y el también hijo de san Ignacio, ahora italiano y en su tiempo ciudadano austrohúngaro, padre Eusebio Kino, que honra con su efigie el estado de Arizona. El apellido de este era Kühn, siendo Kino la castellanización del mismo ya que, aunque nacido en el Imperio Austrohúngaro, ejerció su ministerio al servicio de su católica majestad el rey de España. Hay que añadir que estos dos, al igual que Junípero Sierra, además de dedicados misioneros, fueron también excelentes educadores y científicos: Sierra como profesor de Filosofía y Teología, Marquette como magnífico cartógrafo y Kino igualmente cartógrafo y también geógrafo y astrónomo. Debo finalmente mencionar que en el Statuary Hall hay también una estatua del misionero metodista reverendo Jason Lee representando al estado de Oregon del que fue uno de los padres fundadores.
Nuestros obtusos gerifaltes, confundiendo la laicidad con el sentido religioso de la gente, aprovechan cualquier oportunidad para, no solo renunciar a sus raíces cristianas, al menos en su parte cultural, sino a imponer sus propias doctrinas a toda la población, cueste lo que cueste
Lo anterior me lleva a consideraciones un tanto paradójicas. En el país que, desde su nacimiento y por decisión de su constitución, ha imperado, impera y seguirá imperando la separación de iglesia y estado, tienen a gala exhibir en su más importante galería de hombres ilustres a cuatro sacerdotes católicos, dos de ellos declarados santos por la Iglesia y uno de ellos enarbolando la cruz que fue la que le guió en su ingente labor misionera y que ahora, por esas casualidades que a veces ocurren, parece a animar a los diputados elegidos para dirigir las acusaciones legales contra un presidente de Usamérica (treinta y cinco países forman América; Canadá y México son, además, parte de Norteamérica y el segundo es oficialmente Estados Unidos Mexicanos).
Cabe aquí recordar que ese mismo país mantiene con dinero público, no solo capellanes en los hospitales y en el ejército, sino que en el mismo Capitolio Federal tienen sus despachos dos capellanes (de diferentes denominaciones), uno para el Senado y otro para la Cámara de Representantes, que inician las sesiones diarias de las dos cámaras con una oración.
Mientras tanto, nuestros obtusos gerifaltes, ignorando a la inmensa mayoría de los ciudadanos, que se declaran católicos, y, como suele decirse, confundiendo el tocino con la velocidad, o sea la laicidad con el sentido religioso de la gente, aprovechan cualquier oportunidad para, no solo renunciar a sus raíces cristianas, al menos en su parte cultural, sino a imponer sus propias doctrinas a toda la población, cueste lo que cueste. ¡Paradojas de la vida!
Volviendo finalmente el Viejo Salón de la Cámara de Representantes, merece la pena recordar algo anecdótico relacionado con él. Las condiciones acústicas del Hall fueron, desde el primer momento, catastróficas. No sólo se originaba un guirigay mayúsculo porque las palabras del orador de turno reverberaban de tal forma que resultaban a menudo ininteligibles, sino que, lo que es peor, el cuchicheo de un representante al oído de un colega podía ser escuchado perfectamente por miembros de color político diferente situados en el extremo contrario del enorme salón.
Es más, la leyenda dice que, más de una vez, un diputado novato era ‘arrastrado’ a ciertos puntos del salón por un veterano para allí sonsacarle algún ‘secreto’ que un oponente, en connivencia con el ‘arrastrador’, escuchaba perfectamente a bastantes metros de distancia. Debido a ello, el Hall fue abandonado en 1857 y los diputados comenzaron juntarse en su actual sede. Fue en 1864 cuando se decidió dedicarlo al presente uso. Sin embargo, el fenómeno acústico sigue siendo una de los atractivos del Viejo Salón y siempre hay grupos de turistas cuchicheando en un punto de él y siendo, no obstante, escuchados claramente en otro a una distancia considerable.
Me pregunto si san Junípero y san Damíán se prestan al simpático juego de vez en cuando. Quizás intercambian opiniones con sus amigos Marquette y Kino sobre las posibilidades que tienen los diputados que solemnemente procesionan ante ellos de llevar adelante el impeachment del gallo amarillo —¡a ver si es catalán también!— que tiene su posadero en la Casa Blanca.