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Publicado por
Pedro Díaz Fernández | Agente medioambiental y licenciado en psicología
León

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No hace mucho que nos dejó un hombre al que llamábamos el Poeta. No era una persona corriente, quizá por ello se le ocurría alguna que otra «excentricidad» como querer denunciar en el cuartel de la Guardia Civil que el agua de los ríos atenta contra la moral de los niños. Y se refería a esos ríos que vierten al Boeza y que describe el periodista Carlos Fidalgo como naranja y lechoso que se entrelazan como el chocolate con leche, para a su vez juntarse con el turbio (Diario de León 18/02/2020), en definitiva, los mismos ríos color mierda que atentan contra la moral de los niños.

No voy a escribir otras tantas «excentricidades» de aquel hombre, por respeto y porque soy muy consciente de esa poderosa herramienta de control social que consiste en colocarle etiquetas a los que no dejan de ver el mundo con sus propios ojos y se atreven a cuestionar la hipocresía del correcto ciudadano. De lo que si haré uso es de una frase que solía utilizar cuando muchos esperábamos toda una enumeración de posibles delitos medioambientales: «las aguas fluyen río abajo siguiendo su cauce», una frase que hoy comprendo en toda su fuerza metafórica, es decir, su extraordinario valor explicativo.

Hace veinte años, cuando nos deleitábamos también con el negro antracita, resultaba grosero no mirar para otro lado, no fuesen a incomodarse los señores de la mina, nuestros empleadores

Todo la noticia de Carlos Fidalgo es un claro ejemplo. «La imagen que se llevan los peregrinos es la peor», escribe que decía el escritor Abel Aparicio cuando se entra por uno de sus caminos al Bierzo. En la imagen del artículo puede verse un río color blanco y otro naranja, de esos en lo que, en las películas de animación, surgen peces con antenas, tres ojos o flotando panza arriba. Y sin embargo, hace veinte años, cuando nos deleitábamos también con el negro antracita, resultaba grosero no mirar para otro lado, no fuesen a incomodarse los señores de la mina, nuestros empleadores. ¿O es que acaso los vertidos mineros a los ríos bercianos son una novedad? En el caso del río oxidado de Tremor no es posible encontrar al propietario del abandono (y no cierre regulado) de la explotación Alto Bierzo, pero porque ni el mismo alcalde de Igüeña sabe quién es debido a la madeja de compra-ventas, algo por lo demás frecuente. Tampoco creo que vaya a ser eficaz tirar del hilo y, después de varios volúmenes de quijotescas hazañas judiciales, tal vez encontrar a un insolvente de vida lujosa. Eso en lo que respecta a la justicia, porque la queja del alcalde ante una sanción impuesta por Confederación de mil quinientos euros, es decir, una proporcionalidad sancionadora que equipara el envenenamiento de un río con la corta sin solicitud de una chopera, tampoco sorprende. Pero seamos justos: no todo el problema se debe a la minería, no nos podemos olvidar que los daños más importantes al medio ambiente son los legales, por ejemplo secando parte del caudal del Bernesga con el túnel de la variante de Pajares o, en el caso que nos ocupa, tiñendo de color lechoso el río la Silva con el talud de la A-6. Vamos que «sin novedad en el frente» o lo que es lo mismo: «las aguas fluyen río abajo siguiendo su cauce».

Pero el cauce verde (verde dólar, no nos vayamos a equivocar) no ha variado ni un milímetro y sigue tragándose ¡tooodo! lo que le echen, ya sea la ética, la conciencia, la educación, la ecología… y, en el fondo, el hecho de que arrastre todo tipo de inmundicias solo «atenta contra la moral de los niños», ya sean de cinco o noventa años. Lo que realmente nos preocupa ahora no es el cauce, sino que el caudal discurra casi seco: ni una ayudita ni una subvención ni patroncito que nos dé de comer. Visto lo que nos ha quedado comienza el autoflagelado provincial: «la culpa de los alcaldes, que no entran más que para chupar, y de los sindicalistas que se han dedicado a ser meros esbirros de los caciques, de los forestales que solo les da por meterse con los pescadores, de los de la Confederación no digamos, los periodistas que no cuentan más que lo que les interesa y el vecindario… ojo con el vecindario si a alguien se le ocurría crear problemas a los putos amos de la mina, nuestros empleadores». Pero no pasa nada, porque ya sean vecinos, empresarios, exmineros…, prácticamente toda la comunidad al final siempre podrá recurrir a la peculiar minoría judeo-masónica del Bierzo y culparla de nuestra propia conspiranoia y de que el cauce se seque: los espantaempresas, piojos, ignorantes, revientaproyectos, tocacojones… o como quiera que se llame al ecologista de a pie y no apoltronado en la corrección política. Confieso que los he tratado y resultan muy variopintos, pero puedo dar fe de que en muchas ocasiones su gran delito consiste únicamente en pedir que la ley se cumpla.

Los tiempos apuntan a que lo de la transición justa puede atraer mucha floritura literaria y un poquito de caudal al río del dólar. En eso estamos todos de acuerdo, desde los gestores hasta los especuladores, desde los «pragmáticos» hasta los niños. Es cierto que el cauce del río no ha cambiado, arrastra las ganancias hacia unos bolsillos y deja lodos y perjuicios para la cosa pública. La pequeña Vizcaya que soñó Julio Lazúrtegui, a quien dedicamos la glorieta más céntrica de lo que fue la ciudad del dólar, debe exigir la reparación del daño causado sin ningún complejo. La pequeña Vizcaya, aquella que alimentaba los altos hornos de la gran Vizcaya, no es sino la gran perjudicada del gran río verde que se lleva todo por delante. A veces nos llegamos a creer los únicos responsables de nuestras miserias y miramos a las regiones ricas como más europeas, más avanzadas, más competentes, pero la ría del Nervión no fue más que una cloaca y, a la que rascas, sus colinas verdes se hunden para demostrarnos que lo que ocultaban era un gran montón de mierda. No, no es justo que se nos deje con todos los residuos mineros que envenenan nuestros ríos ni con las escombreras que aplastan la flora ni con toneladas de chatarra afeando nuestros valles, exijamos el aporte de aguas limpias al río verde para así reparar un poco la provincia y evitar, al menos durante un tiempo, que se muera de inanición.

«Las aguas fluyen río abajo siguiendo su cauce»…, siempre el mismo cauce…