Responsabilidad cívica y cristiana al coronavirus
En una sociedad precientífica, ante la peste y las epidemias se acudía a Dios y a los santos buscando protección frente a las enfermedades. «A peste, fame et bello, liberanos Domine», que se rezaba antiguamente. La gente culpaba de las enfermedades a los judíos, las brujas o al demonio. Cualquiera que fuera diferente podría ser el blanco del miedo y de la crítica de la gente.
Hoy, en una sociedad científica y globalizada, ante las nuevas enfermedades debemos ponernos en manos de los científicos y funcionarios de la salud. Estos, ante la pandemia del coronavirus, nos dicen que las mejores formas de evitar esta enfermedad son realmente simples: lavado de manos, evitar el contacto con otras personas y aislamiento en casa. Pero parece que no hacemos excesivo caso a soluciones simples. A primera vista, estas recomendaciones parecen insuficientes y poco eficaces, pero necesitamos escuchar a los expertos médicos, que nos recomiendan como primera regla no hacer nada que pueda transmitir el virus a otras personas. También nos recomiendan no prestar atención a soluciones milagreras, que a menudo causan más daño que beneficio, ni a recetas que se ofrecen a los crédulos. Incluso hoy en día abundan las teorías de la conspiración. En medio de esta confusión, nuevamente necesitamos escuchar a los expertos médicos y no a los teóricos de la conspiración, ni a los especuladores económicos o políticos, que usan cualquier crisis para ganar dinero o provocar odio y división.
Además de los compromisos de todo ciudadano, los cristianos tenemos otras indicaciones para celebrar los actos de culto comunitarios, como la Eucaristía. En España, Italia y otros lugares, los servicios litúrgicos se han cancelado y las iglesias se han cerrado por recomendación de los funcionarios de salud pública. En España, aunque tarde, se está reaccionando y pasando de las recomendaciones de recibir la comunión en la mano y no en la boca, de sustituir el saludo de la paz por una simple inclinación de cabeza y de no usar el agua bendita al entrar en las iglesias, a otras iniciativas como seguir la misa dominical por la televisión o la radio e incluso, en algunas diócesis, a cerrar las iglesias, siguiendo las recomendaciones de las autoridades sanitarias.
Pero los cristianos, además de estas normas de higiene personal en la celebración de la Eucaristía, tenemos otras responsabilidades. Tenemos la responsabilidad pública de apoyar programas cívicos para proteger a los más vulnerables y cuidar a los enfermos. A corto plazo, eso significa apoyar a los trabajadores de la salud que corren un riesgo mayor al cuidar a los enfermos. Tenemos la responsabilidad de apoyar programas para ayudar a aquellos sin trabajo por enfermedad, sin guarderías para sus hijos y sin recursos económicos porque sus empresas los han despedido durante la crisis. Y sobre todo, tenemos la responsabilidad de seguir escrupulosamente las instrucciones de los funcionarios de salud pública
Más allá de estas respuestas a corto plazo, los ciudadanos, cristianos o no, debemos exigir que el gobierno esté mejor preparado para tales epidemias. Recortar presupuestos para investigación, como se ha hecho en España, no solo es miope sino peligroso. En un mundo globalizado, las pandemias deben esperarse y planificarse. Cuando termine esta crisis, no podemos volver a ignorar los consejos de científicos y expertos. Todos tendremos que cumplir con nuestro deber cívico y como cristianos, en estos tiempos difíciles, confiar en el Señor.