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Publicado por
Javier Fernández Lozano, profesor de la Escuela de Minas de la Universidad de León
León

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Nos recuerdan cada día los medios de comunicación cómo en las últimas semanas se suceden los contagios de personas mayores, que hoy se ven indefensas ante un agente infeccioso para el que nuestra sociedad no estaba preparada, una cruel enfermedad, considerada ya por la OMS de pandemia mundial. La falta de recursos en los centros de mayores y la imposibilidad de atenderlos, con parte de los trabajadores de las residencias contagiados por el virus SARS-Cov2, obligó a la Administración a intervenir algunas de ellas. La sobrecarga de nuestro sistema de salud, afectado por los continuos recortes y privatizaciones, con motivo de la crisis económica, ha mermado la capacidad de los recursos sanitarios, que hoy desgraciadamente son más necesarios que nunca. Esto ha contribuido a la situación que viven en los últimos días nuestros mayores. Aquellos que dieron su esfuerzo y abnegación para que en nuestro país se alcanzase el estado de bienestar quedan hoy, por falta de medios y ante la situación desbordante que vivimos, condenados en muchos casos a una muerte en aislamiento y soledad.

En estos momentos, la situación es tan desbordante que a los fallecidos ni siquiera se les puede dar un trato humano. A todo ello debemos unir la triste circunstancia de que sus familiares no puedan darles el último adiós. Nuestros mayores sufrieron el hambre durante la guerra, y carencias de todo tipo que asolaron el país tras la contienda. Se adaptaron y aprendieron a superar la pobreza gris, intelectual y económica de una larga dictadura, con todo el dolor que ello supuso. Momentos en los que dos empleos no eran suficientes para sacar adelante familias, a menudo, numerosas. Ellos siempre han estado ahí. Les debemos que el impacto que supuso para muchos hogares la reciente crisis económica, de la que ya remontábamos, fuese más leve. Con sus modestas pensiones dieron cobijo y alimentaron a sus hijos y nietos, sin perder la sonrisa y ofreciendo su amor a pesar de las circunstancias. Una transferencia generacional sin precedentes en la historia de nuestro país, fruto de los cambios culturales, sociales y económicos que se han venido produciendo en la última década.

Plantaron cara a los recortes en la sanidad y las pensiones, manifestándose en nuestras calles. Hicieron largas marchas con las que únicamente pretendían un futuro mejor para todos nosotros. Miles de ellos resultaron afectados por las malas prácticas bancarias, ante la vista gorda de un Banco de España que nunca debió permitirlo, con motivo de aquellas participaciones preferentes que hicieron perder los ahorros de toda una vida, acabando con el colchón que sustentaría su futuro. En estos difíciles días que vivimos debemos estar junto a aquellos que ahora más nos necesitan.

Este es un buen momento para reconocer a nuestros mayores su esfuerzo y dedicación durante años. Aunque muchos se hayan ido, hoy queda su recuerdo y el legado que han dejado a nuestra sociedad. Como en aquel verso de José Hierro, que ellos nunca merecieron, no dejemos «que después de tanto, todo fuera para nada.»

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