Desescalada del Covid-19
La respuesta a la situación que ha creado el coronavirus no puede ser un sprint para ver quién sale antes. Debe ser una carrera de fondo. Demasiados políticos, empresas y periodistas siguen preguntando, «¿cuándo podemos volver a la normalidad?» Muchos creen que la normalidad está a la vuelta de la esquina, este verano o al menos el próximo otoño. La verdad es que no volveremos a la normalidad hasta que la población española en su totalidad esté protegida del virus por una vacuna. Eso podría tardar dos o más años. No estamos preparados, espiritual, económica o políticamente, para un maratón. No estamos dispuestos a hacer los sacrificios que hicieron los coreanos, los alemanes y otros pueblos frente al coronavirus.
Políticamente, hemos pasado los últimos años totalmente centrados en conflictos independentistas y elecciones partidistas en lugar de en lo que es mejor para el bien de toda la sociedad. Estamos tan ideológicamente motivados que no podemos ser pragmáticos en la resolución de problemas. Los oponentes son demonizados y el resultado es el estancamiento partidista. Solo estamos enfocados en el hoy e ignoramos el mañana. Económicamente, hemos estado en una borrachera de gastos innecesarios. Hemos ignorado la teoría económica tradicional que dice que no se puede gastar más de lo que se ingresa y que debemos ahorrar durante los tiempos de abundancia para poder vivir durante los tiempos de escasez. Hemos construido una economía que depende del gasto del consumidor e ignora las necesidades públicas como educación, salud pública e infraestructuras.
Hemos pasado años centrados en conflictos independentistas y elecciones partidistas en lugar de en lo que es mejor para el bien de toda la sociedad
Espiritualmente, hemos sido individualistas y egocéntricos. La espiritualidad ha significado muy a menudo sentirse bien con uno mismo en lugar de servir a los demás. El sacrificio, el esfuerzo y la cruz de cada día han sido desterrados del vocabulario espiritual, por lo que la fe a menudo ha reforzado el individualismo en lugar de desafiarlo. No es sorprendente que no estemos preparados para el esfuerzo político, económico y espiritual necesario para responder a la pandemia de Covid-19, tanto en sus consecuencias sanitarias como económicas. Esto no debería sorprendernos. Por las mismas razones, no estamos respondiendo al calentamiento global de la tierra.
Como sociólogo confieso que soy muy pesimista sobre la capacidad que tiene nuestra sociedad para cambiar a tiempo y dar respuesta a la pandemia sanitaria actual, a la crisis económica que le va a seguir y a la ecológica o medioambiental que se nos avecina. Como cristiano, debo creer en el poder de la Gracia para llevarnos a la conversión, porque la conversión es lo que necesitamos. Esta conversión no solo tiene que ver con cómo sobreviviremos al Covid-19, sino también con cómo evitaremos otros desafíos que puedan venir en el futuro.
Necesitamos un sistema político que se fundamente en la experiencia científica en lugar de los expertos políticos, que practique el arte de escuchar en lugar de gritar, que premie el realismo en lugar de la retórica y que valore a los que trabajan por solucionar los problemas en lugar de los charlatanes. Pero nada de esto será posible sin una conversión espiritual que ennoblezca el servicio y el sacrificio. La pandemia de Covid-19 es una llamada de atención para la conversión política, económica y espiritual. Volver a la «normalidad» no es una opción, porque la situación de la que venimos no era muy normal.