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Publicado por
Manuel Garrido | Escritor
León

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En 1502, en su cuarto viaje a las Indias equivocadas Colón tocó por primera vez tierra ya no isleña, sino continental. El desembarco fue el 14 de agosto en la costa caribe de Honduras, cerca del actual Trujillo, donde es tradición que tuvo lugar la que también fue primera misa ya en tierra firme, curiosa y sorprendente fórmula consagrada por el uso que da por supuesto que las islas son inseguras o movientes. Veintitrés años después, en 1525 un tal Juan de Medina fundó la ciudad de Trujillo en una pequeña elevación asomada a la bahía. La ciudad fue creciendo a medida que su puerto ganaba importancia en la ruta de las naves hispanas por el mar Caribe, más tarde inglesas y otras. En el siglo XVIII y para mejor defensa de ciudad y puerto se construyó la fortaleza de Santa Bárbara, vigilante del mar con su línea de cañones avizorando en la altura.

Pero ni siquiera así defendida resistió la ciudad, cuando William Walker al frente de una horda de 90 mercenarios se apoderó de ella con su ataque del 6 de agosto de 1860 a las 4,30 de la madrugada. La ocupación sin embargo no prosperó, porque a continuación fueron ellos, los invasores, atacados por fuerzas terrestres de Honduras con la ayuda por mar de un capitán inglés. Lograron desalojarlos y después los persiguieron en la huida sin darles tregua. Walker fue herido y cayó enfermo y finalmente hubo de rendirse con sus hombres diezmados y acosados en la selva. Fue una aventura fugaz que concluyó precisamente en el punto de comienzo, Trujillo, donde fue conducido, juzgado y fusilado al amanecer del 12 de septiembre de 1860.

Esa aventura tenía la marca singular del personaje William Walker, un norteamericano, sureño y esclavista. No era la primera. Antes había invadido Nicaragua, donde se proclamó general e incluso presidente. Los nacionalistas nicas con la ayuda del general hondureño Florencio Xatruch lo derrotaron y expulsaron del país. Volvió pues a los Estados Unidos, pero no tardó en repetir el intento, intactos y al parecer irresistibles los sueños delirantes de su extravagante desmesura. En esta ocasión eligió Trujillo como punto de entrada en su camino hacia Nicaragua. Ya no llegó a su destino, fue derrotado y ejecutado. Era un hombre joven, 36 años, con estudios de medicina en Europa, abogado y periodista.

Esa aventura tenía la marca singular del personaje William Walker, un norteamericano, sureño y esclavista. No era la primera. Antes había invadido Nicaragua, donde se proclamó general e incluso presidente

Los hondureños le hicieron un juicio que respetó ciertas formalidades: Declaración, cargos, defensa y sentencia. Para nosotros lo más curioso está en la acusación, formulada exactamente como «piratería o filibusterismo». Precisamente ese es el apodo con el que salió de esta historia: filibustero. Lo que ocurre es que una de las acepciones de filibustero es precisamente pirata, además de bucanero, salteador, mercenario. Walker es el más conocido de los que trataron de conquistar tierras al sur de Estados Unidos al frente de mercenarios. Utilizaron naves, pero no eran piratas al estilo clásico de aquellos dedicados al saqueo en ese mar Caribe, asaltando las naves españolas.

Así pues, tras tomarle declaración en la prisión, las autoridades formularon los cargos que decía. Walker mismo hizo su propia defensa, no en vano era abogado, aunque contó con la ayuda de un compatriota. La defensa estuvo muy bien planteada, ceñida al terreno jurídico del derecho internacional. Objeta pues que, si la piratería es delito definido por la ley como robo en el mar, no se puede aplicar a la toma de una ciudad, en la que por otra parte tampoco hubo robo; en cuanto al filibusterismo, recuerda que es un término desconocido en derecho. No se le puede imputar por un delito que no pudo cometerse y otro legalmente inexistente. Acepta ser juzgado por hacer la guerra al estado de Honduras, acusación de la que puede defenderse porque es delito definido por la ley. Su único delito, si lo hay, es político. Pretendió reclamar sus derechos políticos en Nicaragua y por eso eligió Trujillo como vía de entrada y lugar donde recibir refuerzos en su expedición, pero agredió la plaza en represalia por haber sido él antes atacado en Nicaragua por el general Xatruch.

En realidad desde el instante mismo de su captura estaba sentenciado. La condena fue «a ser pasado por las armas ejecutivamente». Así se hizo el 12 de septiembre de 1860. Y quien había hecho profesión de fe católica caminó sereno al paredón, crucifijo en mano y acompañado por un cura. Eran las 8 de la mañana.

Fue enterrado en el cementerio viejo. La tumba es un sepulcro de piedra de granito, cuya cabecera luce su nombre grabado en letras mayúsculas de bello trazo. Al paso del tiempo, el hombre fue cayendo en el olvido, a medida que el relieve del nombre se gastaba por la erosión y los líquenes. Alguien puso después una placa metálica en la que bajo el nombre aparece un título inesperado y sorprendente: Fusilado. Como si fuera un título superior o asimilable al antiguo filibustero. Y no obstante tampoco resulta más extraño y sorprendente que el entierro mismo en el llamativo e incluso lujoso sepulcro de un hombre fusilado por atentar contra un país. La tumba constituye un modesto atractivo turístico en el cementerio viejo del pequeño enclave colonial, huella lejana de un tiempo ahora sumido en la leyenda.

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