El valor de las canas
Hoy cada uno tiende a ir por la vida como si antes nadie hubiese ni dicho ni hecho nada. Este problema está lastrado por otro prejuicio: la idea de que la historia asciende progresivamente; el pasado es inferior y por tanto carece de interés. Es el mito del progreso. La humanidad va de menos a más de modo ininterrumpido. Este mito está en quiebra declarada desde principios del siglo XX. Mi «hijito»: la humanidad no ha perdido el tiempo antes de nacer tú y yo. Aclaro: mis amigos mexicanos dicen «mi hijito» cuando quieren llamar tu atención sobre un asunto obvio, con delicadeza, como suelen ser ellos. Aquí, que somos más bruscos, diríamos algo así como «¡que-no-te-enteras!»… Por tanto, lo inteligente es adoptar una actitud constructiva con nuestro pasado.
El pasado deja caminos sin explorar, guarda profetas desatendidos, recuerda verdades viejas y permanentes. Tradición, la sabiduría acumulada de los siglos pasados, la experiencia de otros hombres. Lección de otros tiempos que ilustra, enseña y señala el camino.
Las inquietudes y los más profundos intereses del hombre de hoy son los de todos los tiempos. La vieja fórmula «eadem sed aliter»; lo mismo, pero de otra manera.
El hombre sólo tiene en su mano el porvenir, las contingencias únicamente puede prevenirlas
Algunas de nuestras modas contemporáneas son muy artificiales. Son expresión de un talante, ya que no de un modo de pensar. Un lenguaje confuso sólo suele expresar una mente confusa. La oscuridad del lenguaje no da profundidad al pensamiento; más bien pone de manifiesto la pobreza de un pensamiento que recurre a la oscuridad para disimular su superficialidad. Lo que está claro no necesita interpretación de ninguna especie.
La existencia humana tiene reglas; si no se observan, el resultado puede ser su pérdida, o al menos la incapacidad para lograr que sea libre y feliz. Si se ignora que un cable de alta tensión es muchas veces mortal, puede tocarse. Si se desconoce que una mezcla química es venenosa, puede beberse. La persona en cuestión será probablemente sincera y no tendrá culpa de su ignorancia; pero ese desconocimiento no la aísla contra la electricidad, y la sinceridad no es antídoto al veneno. Como algunas personas desconocen estas leyes, la ignorancia es la causa de que muchas veces las violen. Pero las reglas siguen en vigor; y se pagan las consecuencias de habérselas saltado.
El pasado ya no está en nuestra mano, aunque en su día lo estuvo; el presente, en cuanto presente, tampoco nos permite hacer simultáneamente dos cosas contradictorias, o hacer una y al mismo tiempo no hacerla. De ahí que la única salida que posee la providencia humana sea el prevenirnos y prepararnos con anticipación para lo porvenir.
El hombre sólo tiene en su mano el porvenir, las contingencias, y únicamente puede prevenirlas mirando hacia adelante, porque nada es contingente para el hombre más que lo futuro. Dos dimensiones del tiempo —lo pasado, lo presente— que están ya excluidas de las posibilidades del hombre. Lo que ha sido, ha sido; lo que es, es. ¿Qué le queda entonces por hacer a nuestro vivir? Anticiparse, hacerse dueño de lo que todavía no es, antes de que cristalice en forma definitiva.
Dejarse enseñar por los demás, particularmente por los ancianos de verdadera senectud, más encanecidos por la experiencia que por los años, y a quienes ésta les indica el rumbo que suelen tomar las cosas. A estar bien dispuesto para recibir estas lecciones, sin desoírlas por pereza o despreciarlas por soberbia, se llama docilidad. Dicen que cuando un hombre comprende que su padre tenía razón, ya tiene un hijo que piensa que su padre está equivocado… ¡Lástima que las resoluciones más importantes de la nuestra vida —la carrera, el estado— hayan de ser tomadas en la primera edad, todavía con poca ciencia y experiencia!
Hoy casi todo se «descarga» de internet. La sabiduría fruto de una vida lograda no se puede «descargar». Hay que buscarla y encontrarla. Mi «hijito» te voy a dar —gratis— una pista: habitualmente se manifiesta en forma de canas.