La salud y la alegría
Uno de los indicadores importantes de salud es la alegría. Por el contrario, no hay síntoma más significativo de estar enfermo como su pérdida, al menos momentánea.
La alegría se frena en nosotros cuando se presenta la alteración orgánica que nos precipita en la preocupación. Nos encontramos sin fuerzas y, junto con el desequilibrio anímico, hace tambalear una de nuestras más apreciadas cualidades en la vida. Nos encontramos amenazados por una tempestad del ánimo, que es la tristeza. Evidentemente, en esa situación hay que buscar la causa, que estará en procurar remover la enfermedad. Aunque con cierta frecuencia, esa tristeza también anida en la cueva que hemos podido forjar culpablemente nosotros mismos cuando, por ejemplo, nos resistimos a descansar de verdad, que supone siempre contar con una dosis de ejercicio o deporte en la medida de las posibilidades de cada uno. Hay un dicho italiano que lo resume perfectamente: “cuando el cuerpo está bien, el alma baila”.
Pero la presencia de la alegría no depende de que estemos sanos o descansados. Enfermos y cansados podemos tener mucha alegría. La herida mortal que sufre la alegría y que puede hacerla desangrar, proviene de dejarnos dominar por aspectos que cultivamos nosotros mismos y que nos ahogan en vida, por ejemplo: encerrarnos en nuestros problemas, el afán de protegernos de todo riesgo, rehuir situaciones incómodas, vivir para asegurar nuestra seguridad, huir de peligros que siempre nos acecharán en vez de afrontarlos con coraje, y alimentar una obsesión protectora. En definitiva, centrarnos en nuestra seguridad expulsa la alegría. Hay una inseguridad y un riesgo sanos que se vive con la valentía de afrontar decisiones que, olvidando nuestras patológicas seguridades, resuelva expectativas o necesidades en otros, ahí la alegría crece robusta. La alegría precisa de la valentía.