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Publicado por
David Santamarta
León

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El pasado viernes 19 de junio dos vecinos de Quintana Raneros cogieron, como en otras ocasiones, el tren regional exprés en el apeadero de la localidad con destino a Astorga. El lunes 22 del mismo mes, otro vecino, con la misma intención, se quedó en tierra. Esperó durante media hora, sorprendido y extrañado pues este tren ajeno a las prisas, suele llegar puntual.

El servicio sale de León al filo de las siete de la mañana camino de Ponferrada. Atraviesa el Páramo, la Cepeda y se adentra en el Bierzo parando en multitud de pueblos (Villadangos, Villavante, Veguellina, Nistal, Barrientos, Porqueros, Brañuelas…). No lleva mucha gente, la zona que atraviesa está poco poblada y por añadidura, su hora de rodaje es intempestiva. Pero cumple una función básica, ajena a su grado de ocupación. Comunica pequeñas localidades con otras próximas de mayor rango, como Astorga, Ponferrada o la capital.

Este tren ha estado funcionando durante todo el estado de alarma decretado a raíz de la pandemia, día tras día, sin interrupción. Curiosamente, justo al finalizar ese estado excepcional, este pequeño tren ha dejado de dar servicio. Nadie sabe nada más que eso, ni en el pueblo, ni en la estación principal en la capital. La novedad no se ha anunciado en ningún medio de comunicación, ni antes, ni después de haberla adoptado. En la página web de la compañía, un tanto extraña pues ha cambiado de aspecto, el tren ya no existe.

Hasta hace unos pocos años la gente del pueblo podía ir a León en tren temprano por la mañana y regresar también en tren a su casa a la hora de comer.

Un día, corría el año 2012, comenzaron obras de mejora en el apeadero. Nueva señalización con el acrónimo bien grande de la empresa encargada del mantenimiento de las infraestructuras ferroviarias. Recrecido de andenes, tanto en altura para adaptarse a las plataformas de los vagones; como en longitud, tan largo el andén como el convoy. Enfoscado y pintura de paredes con zócalos de granito. Una docena de plazas de aparcamiento, con espacio generoso y asfalto nuevo; incluida una plaza para personas con movilidad reducida. ¡Qué bien, decían en los pueblos, ya era hora! Y como en el apeadero de este pueblo, así ocurrió en cientos, miles por todo el país. Y llegó la sorpresa. Sin que nadie lo entendiera, al día siguiente, suprimieron la parada en estos modestos apeaderos recién reformados. Los trenes pasaban, no tantos como antes, pero ya no paraban. ¡Cosas de la política! Era la explicación más precisa que cualquier persona cabal podía alcanzar a esgrimir. Los andenes quedaron vacíos y abandonados. Ahora que han pasado algunos años, las plaquetas de granito mal arrejuntadas se vienen abajo. Es sólo un detalle de un paisaje desolado.

Obviamente, el argumento lanzado para acometer esta nueva reordenación, (nadie osa preguntar, tan consabida es la respuesta) es que la compañía estima que poner en circulación trenes para pocas personas es ineficiente y supone malgastar recursos.

Al mismo tiempo la ciudad se prepara para estrenar estación, al tiempo que la vía a su paso por la ciudad por fin se va a soterrar. Hablar del tren hoy es hablar del AVE. Aquel pequeño tren que cantaba Antonio Pereira ya no tiene cabida.

No sé si es pertinente o no la comparación. Cada año, en una provincia como León, unas treinta personas sufren la rotura de un aneurisma cerebral. De esa treintena, la mayoría entre cincuenta y sesenta años, diez fallecen antes de llegar al hospital o poco después de haberlo hecho. Para salvar las otras veinte, la sanidad pública dispone de una ingente cantidad de recursos.

Si seguimos por este camino, más tarde o más temprano, habrá que trasladar a los pacientes con un aneurisma roto a otra ciudad más grande. Lo dicen ya los que viven en las ciudades grandes. No las que tienen obispo, sino en las que abundan los consejeros.

‘El pequeño tren’

(Antonio Pereira)

Alabo el tren pequeño:/ dos vagones/ de tablas barnizadas, con cristales/ que cuadran los viñedos, con un timbre/ de alarma que quizá no suene nunca,/ con una mesa larga de Correos/ donde clasificar las novedades,/ con un furgón atrás para las cestas,/ sin coches camas y sin más historias;/ lo manda un maquinista de Monforte/ lo atiza un fogonero de Monforte,/ el revisor también es de Monforte,/ Genaro es el cartero y es del Bierzo.

Dieciocho kilómetros diarios,/ nueve y nueve contándole ida y vuelta,/ para enlazar a tiempo con los grandes/ expresos que conceden un minuto,/ no es gran cosa, pero es la lanzadera/ capaz de urdir la trama de los siglos,/ pequeño tren de vía secundaria,/ ¡y a veces hasta fue considerado,/ trayendo un premio gordo, o un ministro/ o el despojo de un duque recién muerto!

Te alabo, breve tren irrelevante,/ pequeño tren, formado como tantos/ hombres con vocación a la modestia/ y canto tu belleza subsidiaria.