Desde la ‘negrilla’ a la coronación castellana
Seguro que no ha sido fácil, siempre en fructífera progresión, la senda artística de Amancio González. Lo apuntado no es el inicio de un panegírico, no va con mi propósito, sino para nominar al escultor de Villahibiera, autor de un sepulcro en el que coronó en castellano al rey leonés Alfonso VI, bajo un impulso desconocido llamado «vena artística», y que al observador de la obra en Safagún le puede llevar a otra variante inducida.
Amancio, al parecer, henchido de orgullo artístico interpretativo, acometió el estudio de la obra que el ayuntamiento le encargaba: Nada menos que un sepulcro para un emperador (el de las dos religiones). Y tenía razón para envanecerse, iba a inmortalizar en mármol a Alfonso VI, El Bravo , yacente, junto a los restos de sus mujeres, en sepulcros pareados. Conjunto que iba a adquirir la condición de mausoleo. Lo de artístico y veraz, dependía de él, pues escasos de dinero municipal tan sólo anhelaban, respeto histórico, prestancia y dignidad ornamental.
No es libre interpretación, es una representación que anima a pensarlo, los símbolos están para eso, por ser imagen y memoria evocadora
De modo que tomó las pinzas de la vanagloria, y fue bajando de las etéreas nubes de la inspiración retazos de ideas hasta componer un todo mortuorio, complementado con laminas de acero corten cual acogedoras urnas caladas, evocando arcos claustrales «envolviendo» los sepulcros, más la posible iluminación indirecta de aparente vistosidad. En cuanto a la imagen del monarca se permitió ceñir sus sienes ¡con profusión de castillos enhiestos!, una corona impropia a todas luces, que ni la mejor de las fantasías puede dar un punto de justificación.
Sorprendido y preocupado me atrevo a pensar que esto viene a poner en solfa su condición de leonés comprometido con lo nuestro, diferenciado y dado a respetar; ítem más, a punto de entrar en un peligroso juego, el del error inducido, hoy… e inductor para siempre en el simbolismo de la corona. Los huesos de Alfonso VI, quien apostó por el monasterio de Sahagún para su enterramiento. pues aquí «realmente» acosado estuvo cobijado de fraile un tiempo, coronado rey, según cuenta la historia, los huesos digo, estuvieron acogidos en gran mausoleo. Luego fueron sufridores de avatares guerreros, incendios, ocultaciones, desamortización incluida, hasta alcanzar el penúltimo reposo en sepulcro de piedra, colocado sin más, en el monasterio de las monjas Benedictinas de Sahagún. Sus custodias.
No sé en quién o en quiénes estuvo, sostenido en el tiempo, el interés por el hecho acertado de que no variaran de emplazamiento sus restos. Tendrían presente, como es natural, el respeto a la decisión del monarca, sin faltar el prurito de acogida histórica. Por ello no se tomó en consideración el Panteón Real, de San Isidoro. Ni tampoco Toledo, una gran ciudad en su haber. Pero sí aparecieron deseos de mejorar su presentación y emplazamiento en suelo facundino. Mas, faltaban recursos, lo económico siempre es la gran traba.
La intervención de Álvaro Lora, procurador autonómico PSOE y hombre de la tierra, llevó a conseguir de la consejeria autonómica correspondiente una subvención, 20.000 euros, transcurría el mes septiembre de 2018. Las cosas, aún las más deseadas, por interpretaciones extrañas, falta de decisión y el «para mañana» muy empleado casi siempre, y que no faltaron en la ocasión, llegaron a hacer peligrar la recepción económica. Acuciando el plazo, municipalmente se tomó la decisión de someter la idea final de acudir a dos escultores para que aportaran sus propuestas artísticas y económicas.
Buena idea y buen resultado. Amancio González y Marín de la Red. Acudieron prestos.
Y fue el primero, quien, ajustado más en espacio, material y precio, alcanzó el encargo. De la Red lo ofrecía en piedra artificial y González en mármol. Siendo el material una de las razones decisivas. El municipio podía aportar hasta otros ocho mil euros…
La aparición política del ente autonómico, dinero en mano, venía a marcar un control y hasta puede que alguna condición, además de los propios trámites económicos administrativos. Estoy pensando en la supervisión del acabado final del mausoleo, cuando la efigie del monarca sobre la gran tapa del sarcófago sorprende a propios y extraños, al tener en su cabeza una corona fuera de tiempo y lugar. Ofende a la verdad histórica, y, al visitante: peregrino y fotógrafo, o portavoz itinerante, le servirá para llevar al mundo la imagen de una Castilla dominante.
No es libre interpretación, es una representación que anima a pensarlo, los símbolos están para eso, por ser imagen y memoria evocadora. El artista pudo jugar con ellos dejando correr el cincel imaginativo, pero nunca de forma lesiva para el mejor de los recuerdos: Alfonso VI fue un rey leonés y sobre sus sienes, merecidamente, llevó siempre la corona leonesa, de la que el escultor le ha despojado, sin paliativos.
El modelo de corona con la que dotaba a una gran estatua de Alfonso VI, bocetada por él, para ser emplazada en la urbe legionense, plaza Don Gutierre, dibujo que salió de sus propias manos, no le servía para el mausoleo. ¿Duda existencial? ¿O es que lejos del foro, sí podía realizar lo que a otros ajenos satisficiera? Da pie a pensar de todo.
Con la negrilla vino a mostrarnos cómo tomando un viejo arbusto, negrillo leonés, su habilidad artística le iba a permitir conseguir una figura humana, sin nombre, reconocible y hasta interpretable dentro de un género. Ésa que hoy en bronce, en Santo Domingo nos sigue mostrando comprensión, con la palma de la mano izquierda hacia arriba, gesto de acogida o petición de ayuda, en definitiva una figura con capacidad de sugerir, sin equívocos. Cuando el escultor se halla ante la pieza de mármol crema Alicante en la que tallar en alto relieve un personaje con nombre e historia, un rey leonés, Alfonso VI que se intitulo emperador, parece laborar dentro de la puridad simbólica en la vestimenta corporal, pero, al llegar a la corona, verdadero atributo real, se ha permitido esculpir una que, per se, niega veracidad al personaje. No se trata de un modelo elucubrado imaginativamente, está trasladando el recuerdo de otra de un rey castellano. Surge la pregunta, ¿Con ella hacia dónde quiere dirigir el artista al observador? ¿Acaso a Castilla?
Además de estar inconclusa la obra, a no ser que acordaran finalmente dejarla sin el cobijo artístico diseñado en acero, tal como indiqué, pienso que, de no corregir la corona, no debe ser recibido el mausoleo. ¿No cree el autor que ha fallado en la confianza que el ayuntamiento, por ende el pueblo, puso en él? ¿También a la historia leonesa, con ello a todos los leoneses? Explicaciones las que quiera. Símbolos y ¡verdad histórica! deben ir de la mano! Rectificar es de sabios. Arte tiene, maneje amoladora y buril… y a cada uno lo suyo. La obra lo exige.