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Narcos perdonavidas en el Campo de Gibraltar

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Los grandes patriarcas del narcotráfico de Galicia en la década de los 80, Sito Miñanco, Oubiña, Charlín…, aprendieron una regla de oro para la buena marcha del negocio: no dar el cante y no darle demasiado al gatillo. En suma, pasar desapercibidos y, a ser posible, hacerse invisibles. No lo lograron del todo. Oubiña fue de los primeros en caer cuando quiso impresionar con su fabuloso pazo Bayón recién comprado a precio de oro.

Las madres contra la droga, la prensa y la policía le pusieron inmediatamente la lupa de aumento. Ese fue el principio del fin. La operación Nécora de la Audiencia Nacional los encerró a todos por décadas.

Ocurrió otro tanto de lo mismo con capos de narcomafias latinoamericanas a los que les perdió la vanidad y la ostentación: Pablo Escobar, patrón del cartel de Medellín, o El Chapo Guzmán, líder del cartel de Sinaloa. El primero, muerto en 1993 en un tiroteo con el ejército en el tejado de su casa. El segundo, extraditado a Estados Unidos y condenado en julio de 2019 a cadena perpetua en la cárcel más segura e inexpugnable del bajo Manhattan, el Centro Correccional Metropolitano de Nueva York, ‘el Guantánamo neoyorkino’, una prisión federal de doce pisos en una avenida de La Gran Manzana. Doy fe de la inquietud que causa ver el penal cuando pasas por la calle.

Los narcos macarras y violentos del Campo de Gibraltar no han aprendido nada de sus mayores mafiosos de aquí y de allá. Quizás porque hay diferencia de marca. Los choros andaluces, desertores tempranos de la ESO, son bandas venidas arriba a las que les falta tiempo para colgar sus fanfarronadas en el Facebook.

Los apodos de los ‘machos alfa’ de los clanes hablan por sí solos: Los Pantoja, El Messi, Los Chachos, El Potito, Los Castaña…

Robar vehículos todoterreno para transportar fardos de hahís por cuenta ajena y conducir a lo rambo hasta estrellar el alta gama directamente contra los radiopatrullas policiales que cortan el paso en una carretera, deja a las claras que los perdonavidas ven demasiado cine de El Vaquilla, lo que no mengua su evidente peligrosidad.

Con todo, incluido el ruido mediático, les quedan dos telediarios de fechorías, afortunadamente. Ocurrirá como en Galicia, caerán poco a poco entre rejas y les relevará una nueva generación con la lección asimilada y la EGB, ahora ESO, terminada. El narcotráfico y la televisión no se llevan bien en la vida real.