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Publicado por
Luis Méndez, director de asuntos laborales de la Confederación Empresarial de Madrid (Ceim)
León

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Estamos atravesando una durísima travesía sanitaria y económica, que va incrementando cada día la cifra de personas preocupadas por su futuro laboral.

Es complicado sacar alguna conclusión positiva de todo este proceso, que parece se va a alargar más de lo inicialmente previsible, pero si algo tenemos claro es que tener hoy en día un puesto de trabajo es un tesoro. Este botín se alcanza gracias a una empresa que valora y necesita una plantilla configurada por una combinación de esfuerzo, cualificación y a veces suerte.

El trabajo, pues, es un valor positivo, si bien, paradójicamente, podemos encontrarnos con personas que, aun teniendo trabajos bien remunerados y estables, indican su malestar debido a múltiples factores, objetivos o subjetivos, que habría que analizar caso por caso, pero que en líneas generales sorprenden dada la alta tasa de paro que sufre España.

Se trata de trabajadores que no ven rendimiento a su actividad, estiman incongruente las instrucciones que reciben o, directamente, opinan que están desperdiciando su tiempo.

Por el contrario, todos conocemos trabajadores que, a primera vista, tienen ocupaciones poco interesantes y que, sin embargo, muestran siempre una buena disposición con los compañeros, proveedores y clientes.

Aunque cada persona tiene una «mochila» personal y familiar diferente, que influye en su modo de ser en el trabajo, hay herramientas que pueden adoptarse para conservar esa idea inicial consistente en valorar positivamente el trabajo, intentando buscar, cuando no sea evidente, un sentido real al mismo, ya sea en el trato al público, el suministro de bienes o en actividades de servicio.

Al hilo de la reciente desaparición de dos personas que, desde diferente perspectiva, han conseguido arrancar sonrisas incluso en circunstancias difíciles, lo cual en el ámbito laboral es fundamental, es oportuno compartir algunas reflexiones que pueden ayudar a enfocar adecuadamente la suerte que tienen quienes tienen un puesto de trabajo en los tiempos que corren y la necesidad de enfocar la relación laboral de forma positiva.

José Antonio Fernández (Fer) era un humorista gráfico leonés, afincado en Cataluña desde su niñez. Sus Historias fermosas y otras series de viñetas cómicas publicadas en El Jueves han provocado las risas de los lectores, siempre bajo la perspectiva de personajes ubicados en el medievo con cierto poso cultural.

No en vano, Fer era licenciado en Historia y había sido profesor de instituto en esta disciplina. Ello se reflejaba no solamente en la estética del lugar donde se desarrollaban las historias, sino también en la forma de realizar el humor, siempre respetuosa, inteligente y depurada.

Las viñetas de Fer se reflejaron en diversos medios llegando incluso a publicarse el mismo día de su fallecimiento en Punt Avui, lo que da idea de su profesionalidad y de hasta qué punto disfrutaba con su trabajo, pensando en los lectores, en hacer su vida un poco más divertida.

Por otro lado, hace unos días también perdimos a David Graeber, antropólogo estadounidense, famoso por diseccionar con mucho acierto y gracia el fenómeno contrario: la situación de quienes no disfrutan de su trabajo, porque piensan que es inútil e improductivo.

Según Graeber, el trabajo comenzó a ser tedioso cuando dejó de contratarse por objetivos y se firman los contratos identificando un horario rígido, supervisado totalmente.

Todos coincidimos en que tiene que existir una limitación en el tiempo de trabajo, pero lo interesante de la realidad actual es que todavía es mal visto quien cumple con sus objetivos de trabajo y no sigue en el puesto de trabajo fingiendo, con mayor o menor acierto, que sigue trabajando, para evitar enojar a compañeros o supervisores.

Naturalmente, el interés de nuestro Gobierno por recuperar el férreo control diario de jornada no va precisamente encaminado a evitar una puntual entrada y salida de todos los trabajadores, independientemente de si su tarea se ha realizado o no completa y correctamente.

Dentro de este corsé normativo, cada vez más estrecho, y de la rigidez de determinadas inercias, hemos de buscar un sentido al trabajo, más allá del mero (e importante) derecho a ser retribuidos.

Como bien identificó Graeber, el ser humano necesita visualizar que su labor es necesaria, divertida o útil para alguien, puesto que de lo contrario la frustración crece y los deseos de abandonar el trabajo se incrementan. Ello no sería problema para nadie, salvo para las empresas obsoletas, si existiera pleno empleo, pero como la situación dista de alcanzar este indicador, muchos trabajadores (dicho autor calcula que casi un tercio) «aguantan» en el trabajo sin posibilidad real de cambiar.

Reflexionemos, pues, si el camino de introducir cada vez más control sobre la empresa y el trabajador, sacralizar el horario y evitar la responsabilidad en la consecución de objetivos es el camino correcto, o bien sería mejor introducir cada vez más potencia a las decisiones acordadas (no impuestas normativamente) y políticas orientadas desde la perspectiva de recursos humanos para poder comprometer a la plantilla en objetivos identificables, en un entorno de clima laboral positivo.