Abandonad toda esperanza
Alos españoles/as decentes de esta España emporquecida, desjarretada, catatónica del primer cuarto del siglo XXI solo les cabe esperar el triste mensaje con que el barquero Caronte recibía a los viajeros al Más Alla, «abandonad toda esperanza». No ha sido una confluencia astral, que decía la ministra imberbe, implume e impúber del nefasto «escrutador de nubes» sino la simple golfería, insensatez o ignorancia de cinco millones de electores que han antepuesto su interés personal a la suerte colectiva. Ignorando que al hacer eso, ni mejorarán su suerte ni la de su comunidad, porque todos seremos víctimas de los viles depredadores del poder entronizados con sus votos.
Al consumarse hace meses el temido Gobierno socialcomunista cabía esperar con su frágil mayoría que no tuviera cancha para mucho partido. Pero la eclosión del virus mortífero ha modelado una realidad enteramente a favor de sus malévolos propósitos de autocracia.
Al inicio de este otoño, que promete ser dramático, ya está cocinada la masa crítica de electores que hará imposible revertir la situación. Dos millones de nuevos paniaguados que quedarán rehenes de sus amos benefactores, los nuevos rentistas del predio socialcomunista. La medicina social que lleva a las sociedades al marasmo al erradicar la competencia, el esfuerzo y el emprendimiento ya esta activada.
Tanto fútbol tanto festejo nos ha hecho tan perezosos e ignorantes que entregamos las riendas del Estado a quienes solo buscan su provecho personal con la falsa soflama de la solidaridad con los necesitados. Necesitados hay muchos, quién lo duda, pero a ese barco se suben otros tantos golfantes cuyo único objetivo en este mundo es parasitear del pesebre de todos.
Una administración eficaz sabría distinguirlos y separar el grano de la cizaña pero la española no es precisamente de ese cariz. Y a los mayorales del rebaño les conviene que no lo hagan, cuantos más beneficiarios más votos de prestado. La indulgencia de Europa, con sus préstamos sin requisitos de ajuste y la baratura de las emisiones de Deuda Pública permiten pagarles a todos ellos.
Yo he decidido ya exilarme de este reino desventurado en algún rincón del Tras os Montes portugués que algún día fue leonés. Asistiré con triste amargura al fatal desenlace de esta apuesta social. Podría quedarme a lidiar, me dirán, pero el escepticismo de mi edad me impide ya dejarme la pelleja otra vez por causas ajenas. Y es que mi frustración con esa derecha que debía de enderezar la manija es tan grande como mi desdén por la izquierda.
Los españoles decidieron, el 19-N despachar al partido que venía a desparasitar el Estado y volvieron a sus castillos de antaño. La España liberal, abierta, austera, formal quedó sepultada una vez más, como la de Cádiz de 1812 o la de los regeneracionistas del 98 por el «Viva las caenas». No hay esperanza para este pueblo de cavernícolas que solo se siente a gusto en la pelea a garrotazos, del aguafuerte de Goya. Este pueblo sectario que solo puede ser merengue o culé, azulón o colorao.
Como remataba un ilustre columnista estos días semana, «España volverá a ser un vagón oxidado en una vía muerta».