Normalidad antidemocrática
«Dime de qué presumes y te diré de qué careces». Nada como acudir al refranero para retratar a un incompetente Pedro Sánchez, al desGobierno de mediocres, a la tropa de mercenarios monclovitas, a su tribu de apesebrados y a los engrasados trompetistas. Un regimiento presto a normalizar lo que realmente es una situación antidemocrática.
Desde que el ‘maniquí’ ocupó la Moncloa, se inició un proceso antidemocrático en España que nadie podría imaginarse. Antes, cuando en la cueva de Ferraz los apóstoles sanchistas ocultaron detrás de unas cortinas una urna llena de votos, ya había dejado prueba de su talante nada democrático. Había que llegar de cualquier manera, incluso trampeando. ¿Fue cuando aprendió la grosera falta de transparencia que sin rubor alguno tanto ejercita? Ahora, lo suyo es aparentar ser sin ser, estar sin estar y hacer sin hacer. Es la nada, un traje vacío; está de oyente, cuando no de ausente; y no hace, no sabe, se lo hacen o se lo dictan. Un verdadero fenómeno, hoy apoyado por las élites del Ibex-35, que no por la sociedad civil a la que estos señores, y señoras, no representan.
En vez de gobernar, que aún no lo ha hecho ni parece que vaya a hacerlo, pues ni estaba ni está preparado para semejante cometido, lleva más de dos años dedicándose a falconear —comportamiento que delata un complejo de inferioridad—, a pulpitear —rasgo narcisista que satisface un acentuado egocentrismo—, y a bartolear —fórmula que permite vivir a cuerpo de rey—. Sus estrategas goebbelianos, no pocos, como tampoco lo son los numerosos medios de que disponen, ocupan su tiempo en diseñar campañas para mejor vender su hueca mercancía. «Sánchez se encumbró políticamente como un producto del marketing y no ha dejado nunca de ser eso. Es un envoltorio que esconde un recipiente vacío de ideas» (J.M. Rotellar). Para erigirse, primero, en secretario general del partido y después en presidente del gobierno, había que vestir el muñeco. Se dedicaron, deprisa, a confeccionarle un curriculum y fabricarle una biografía. El ropaje era muy importante. Lucir prendas adecuadas y encontrar quien le presentara en sociedad se convirtieron en una obsesión. Lo intentaron mendigando fotos con sus predecesores en la secretaría del partido, aunque no lo conseguirían. Sin embargo, unas bases radicalizadas y un ‘totum revolutum’ de partidos rupturistas encumbrarían al ‘nuevo caudillo’.
La nueva normalidad de Pedro ‘el trolas’ es la normalidad antidemocrática. El sanchismo y demás familia rupturista muestran poquísimo aprecio por la democracia, la libertad y la verdad
La nueva normalidad de Pedro ‘el trolas’ es la normalidad antidemocrática. El sanchismo y demás familia rupturista muestran poquísimo aprecio por la democracia, la libertad y la verdad. Añoran no se sabe qué, y han convertido la desgobernabilidad del Estado es su única tarjeta de visita. No son demócratas; de serlo, respetarían a quienes defienden el constitucionalismo, no impondrían cordones sanitarios y no descalificarían, desde dudosos desequilibrios emocionales, a miembros de otras formaciones políticas. No creen en la libertad; su intervencionismo institucional, radicalidad y negacionismo del adversario impiden el desarrollo del debate, el contraste de ideas, la promoción del talento y la posibilidad de acuerdos. No dicen la verdad; han convertido la mentira en el santo y seña de su identidad política, en causa y efecto de su acción política, en sujeto y objeto argumental, en perverso sustitutivo de la razón y de la inteligencia, han desertado de una sociedad civil narcotizada y engañada con campañas publicitarias instrumentadas desde el corazón del poder.
Pasado el verano, con la pandemia ‘in crescendo’ y sin que se hayan convocado elecciones, empezó el circo monclovita con la vuelta del show sanchista. Pedro Sánchez abrió el curso político con un mitin en la Casa de América, en Madrid, ante los grandes empresarios y altos ejecutivos del Ibex-35. Aquellos que gozan de acaudaladas cuentas corrientes y nutridos planes de pensiones; los que disfrutan de un estatus social añorado por el ‘pijoprogre’; y que todos tienen bastante en común: el poder, el dinero, la buena vida y asegurarse el sillón. ‘Dios los cría y ellos se juntan’. Lo hizo con un discurso más que para gobernar y garantizar estabilidad, para hacer oposición a la oposición; sin una sola línea programática de gobernabilidad, cínico y descargando irresponsablemente en los demás partidos políticos su obligación de sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado. Sermón marca de la factoría Redondo, puro marketing y obscena campaña preelectoral, en el que tuvo la desvergüenza de pedir «unidad, unidad, unidad», quien practica la división; rogar que «es tiempo de acuerdo, de negociación y de honestidad», quien, según sus propias palabras, nunca ha mostrado voluntad para pactar con el PP, ignora al jefe de la oposición y desconoce lo que es la ética política; y manifestar que «nadie tiene derecho a no arrimar el hombro porque tenga una ideología contraria al Gobierno de turno», quien patentó aquello del ‘no es no’. Todo bien teatralizado «con una puesta en escena propia de un estreno de Hollywood» (J. Sáinz), en donde lucía el título de la homilía a sus espaldas, con los asistentes en penumbra para que fuera visible solamente Su Persona, y con la que se quiso identificar al sujeto (Sánchez) con el objeto (España), tanto con el lucimiento, previamente preparado, de la bandera de España en el tapabocas antipandemia, como con el escudo institucional en el atril y los colores rojo y gualda en lugar bien visible. Un montaje en donde a falta de sustancia hubo promoción subliminal y maquillaje en exceso. La función continuará por las TeleCIS con sucesivos desfiles del personaje, ministros y ex, adictos a la cosa.
La España de los Picapiedra, mercenarios, apesebrados, aceitados, casta, puertas giratorias, vagos y holgazanes, sí puede; mientras que la de la pequeña y mediana empresa, autónomos, asalariados, pensionistas, mileuristas, parados y emigrados, no puede.
¡A vivir, que son dos días!