Feminismo: la semilla de un mundo mejor
Me gustaría pedir que empecemos a soñar con un plan para un mundo distinto. Un mundo más justo. Un mundo de hombres y mujeres más felices y más honestos consigo mismos. Y esta es la forma de empezar: tenemos que criar a nuestras hijas de otra forma. Y también a nuestros hijos».
Llevo días dándole vueltas a este fragmento del maravilloso ensayo de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie Todos deberíamos ser feministas . Un texto que aborda sin florituras y de manera muy directa lo que significa ser feminista en el siglo XXI. Una cuestión que no es solo ‘cosa de mujeres’, ¿todavía hay quien lo cree? Me escandaliza pensar en una respuesta afirmativa, porque entonces necesitamos de forma urgente más ideas, más educación para vivir en una realidad justa, en un lugar que forme a estudiantes, profesores y profesoras en un verdadero discurso igualitario, para provocar un nuevo debate que cree conciencia también en los que ya no son tan jóvenes.
Y del que también aprendamos los políticos y las políticas, especialmente aquellos y aquellas que se empeñan en rechazar que existe una violencia que se ejerce contra las mujeres por el hecho de ser mujeres. Demos la espalda a los hombres que se sienten amenazados por el feminismo, nada tienen a su favor si consideran mermada su autoestima cuando pierden el control que creen poseer por encima de las mujeres solo por el hecho de haber nacido hombres. Es muy triste y una dura carga para el país que la extrema derecha no abandone su discurso retrógrado que, en este sentido, solo daña nuestro sistema de bienestar. En cuestiones que atacan a la dignidad de las personas, las parlamentarias y los parlamentarios debemos de aunar esfuerzos, asumiendo nuestra responsabilidad, y no mostrar indiferencia con discursos negacionistas.
La violencia machista no pertenece al pasado, por lo tanto, la solución no se encuentra en ignorar las cuestiones de género, sino en fijarse de forma activa en que precisamente existe —el género—, en que además suscita problemas en determinados individuos y que solo está en nuestras manos ponerle solución.
Será deformación profesional, no lo niego, pero me gusta escuchar los plenos de las Cortes de Castilla y León. De la misma forma que aguardo la celebración de los del Gobierno central, creo que los de nuestra Comunidad nos son más cercanos, y siempre se pueden ir logrando pequeñas victorias para defender luego en las esferas más altas. Para trasladar las peticiones de nuestras ciudadanas y ciudadanos al Parlamento, y para que, de verdad, se puedan ir mejorando aspectos de nuestra vida.
Pues bien, en el último celebrado la semana pasada, escuché en labios de una consejera algo que me estremeció profundamente. Sinceramente, me hubiera causado el mismo efecto si hubiese sido la ocurrencia de un hombre y, aunque esta aclaración parece una obviedad, pronto entenderéis por qué me veo en la obligación de explicarlo.
En un acalorado debate en el que procuradoras y procuradores de distintos grupos discutían sobre quién era más o menos feminista, escuché atónito como una consejera dijo que ‘qué triste era que una mujer fuese machista’. Y así, de un plumazo, quitó hierro a la condición de que, en su lugar, el machista hubiese sido un hombre. ¿Causa menos preocupación que un hombre sea machista? ¿Qué no luche por los derechos de igualdad de las personas? ¿Es realmente peor que una mujer sea machista a que lo sea un hombre? Me da mucha pena tener que considerar esta visión como un problema enquistado en nuestra sociedad. Siento rabia porque no es fácil mantener una conversación sobre género sin herir las sensibilidades de alguien. Pero insisto en que es un asunto que no podemos suavizar. No sería honesto hablar de los derechos de las personas sin centrar parte del discurso en el feminismo, porque, por supuesto que está incluido dentro de los derechos humanos, pero no podemos negar el problema específico y particular del género. De que haya hombres que matan a mujeres porque se sienten superiores. De que haya mujeres que asuman que al serlo son inferiores a quienes han nacido hombres.
No nos vamos a quedar de brazos cruzados. Estoy convencido de que somos muchos y muchas quienes luchamos por una igualdad efectiva entre hombres y mujeres, quienes condenamos de la forma más repulsiva que pueda existir la violencia machista. Combatimos con democracia, con la declaración firme y socialista de pertenecer a un partido político que se ha declarado feminista y abolicionista.
Por todo esto desde el PSOE presentamos una moción en todas las instituciones políticas con motivo del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, para ratificar compromisos, impulsar nuevas medidas, promover acciones de prevención, sensibilización y difusión, y dotar de recursos económicos adecuados a los instrumentos que pelean contra esta lacra. Porque no tiene cabida en la sociedad que aspiramos a ser, en la que todos y todas estamos comprometidos: erradicarla de nuestro presente y proteger a sus víctimas es nuestra obligación.
La pandemia ha sido especialmente dura para las víctimas de la violencia machista, abocadas a confinarse con su agresor. No solo para las mujeres, sino también para sus hijas e hijos. Una situación que silenciosa y endémica alimentaba una crisis paralela a la sanitaria y, de la misma manera, muy difícil de controlar. Pero no pueden existir excusas, la complejidad no es un imposible, menos en un supuesto en el que están en juego tantas vidas. Por ello, el Partido Socialista ha urgido la aplicación de las medidas necesarias en estas circunstancias, considerándose servicios esenciales en los planes de respuesta puestos en marcha por el Gobierno central. El pasado 31 de marzo, teniendo muy en cuenta esta pesadilla social, el Ejecutivo aprobó el Real Decreto de medidas urgentes en materia de protección y asistencia a las víctimas de violencia machista, explotación sexual, trata o agresiones sexuales en estos momentos tan excepcionales.
Desde el Gobierno de España seguimos trabajando en cambios legislativos apremiantes para ampliar la protección y el amparo de las víctimas, de sus hijos y de sus hijas. Las y los feministas nunca nos vamos a rendir
Una acción que nunca quedará aislada, ya que desde el Gobierno de España seguimos trabajando en cambios legislativos apremiantes para ampliar la protección y el amparo de las víctimas, de sus hijos y de sus hijas. Las y los feministas nunca nos vamos a rendir, sin dejar de tener presente el recuerdo de las mujeres del mundo rural y de las mayores de 65 años.
Yo sueño con un plan para un mundo distinto, como decía en su texto Chimamanda Ngozi Adichie. Mi familia, las mujeres y los hombres de mi entorno también lo hacen, lo anhelamos y lo vamos a conseguir. Pero solo lo lograremos con una fuerte unión, con un tajante desprecio a los maltratadores, a su violencia, y a todos aquellos y aquellas que los defienden, que miran para otro lado. Creo que esta cuestión, en el fondo, va más allá de ideologías, pero a la vez necesita el consenso de todas las fuerzas políticas para una llegada rauda y con todas las garantías. El Pacto de Estado contra la Violencia de Género cumple su tercer aniversario y ahora más que nunca pide empeño y un consenso que demuestre que se sigue luchando al lado de las mujeres que sufren violencia.
Los datos son estremecedores, 40 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas en lo que va de año en España. Quiero dejar atrás la pesadilla de la violencia machista y despertar en un universo con los mismos derechos para todas las personas, para todas las mujeres, para todos los hombres. Un mundo con igualdad de género. Disponemos de la semilla: es el feminismo. Ahora solo tenemos que cultivarla para que crezca fuerte y sana, hasta verla florecer.