Gregorio Marañón: Sesenta años de orfandad
El pasado mes de marzo se cumplieron sesenta años del fallecimiento de Gregorio Marañón. En plena marea informativa de la pandemia, este aniversario transcurrió inadvertido. Su papel fundamental en la historia de España de la primera mitad del siglo XX ha sido borrado por el telón del tiempo, y su esencial figura, relegada exclusivamente al nombre de un gran hospital en la capital.
La fecundidad científica de las primeras décadas del pasado siglo era vastísima, y aunque capitalizada por Santiago Ramón y Cajal, destacaron también, entre otros, Pío del Río Hortega, Lafora, o Nicolás Achúcarro. Esta constelación de científicos imprimió en la ciencia española, en un periodo de escasez, pero a costa de laboriosidad e ingenio, un sello de calidad que se prolongaría hasta la Guerra Civil. En este fértil semillero, y apoyado por unas sólidas convicciones liberales y europeizadoras, Gregorio Marañón espigó trabajosamente una prolija actividad científica: inicialmente en el peligroso campo de las enfermedades infecciosas, y posteriormente en la endocrinología. Además, su generosidad era extraordinaria, generoso con lo más valioso que tenía, que era su tiempo; asistiendo a los pacientes en el Hospital Provincial de Madrid, y que actualmente lleva su nombre. Los fines de semana, se trasladaba a su Cigarral de Menores en Toledo, donde desempeñaba su labor de historiador; allí escribió estudios psicopatológicos de gran relevancia de personajes como Amiel, Don Juan Tenorio, o el Conde Duque de Olivares.
Es obligación destacar su labor humanista. En 1922 organizó una expedición a Las Hurdes a la que asistió Alfonso XIII con el fin de promocionar la salud, en por entonces, olvidada y remota región extremeña. Combatió la dictadura de Primo de Rivera, padeciendo breve prisión durante la Sanjuanada. Y posteriormente, fundaría, junto a Ortega y Gasset y Pérez de Ayala, la Agrupación al Servicio de la República. Durante la Guerra Civil, y decepcionado por el cariz en que había tornado su anhelada II República, se exilió en París, volviendo a España en 1942. Esta dilatada actividad científica, historiadora y humanista no se comprende sin la estrecha colaboración de su mujer Dolores Moya, a quien admiraba, y refería amorosamente como la persona con quien «he subido la áspera cuesta, haciéndome olvidar que era cuesta y que era áspera».
El multitudinario funeral celebrado en Madrid tras su fallecimiento el 27 de marzo de 1960 fue reproducido amargamente en las cabeceras de los periódicos de la época, reflejando un gran sentimiento de orfandad en la sociedad. Es por todo ello que existe una deuda pendiente en recordar a Gregorio Marañón como un faro con el que orientarnos; como médico e historiador, pero sobre todo como humanista, esculpido con el cincel de la tenacidad y la voluntad, la libertad y la concordia.