Diario de León
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León

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HACE algún tiempo, cuando el esperpéntico caso que ha llevado el nombre de Ponferrada a todos los titulares nacionales daba sus primeros pasos, califiqué como «nevenkistas» a los incondicionales que, desde el primer momento, se pusieron del lado de la llorosa Nevenka. Un bando en el que, por puro instinto, se incluyeron la práctica totalidad de mujeres españolas, a sorprendente excepción de las afiliadas al PP, quienes eligieron la lealtad política a la solidaridad genética. La «Operación Tampax», como podría calificar Ismael Álvarez a la demanda con ese lenguaje académico que Dios le ha dado, triunfó ante los tribunales, condenando al oprobio público a la máxima autoridad ponferradina. Es ahora cuando ha nacido una corriente de «ismaelismo», en apoyo a un hombre aturdido y que todavía no se explica cómo ese mono le ha tirado semejante coco a la cabeza. A modo de perversidad adicional, ambos protagonistas se han lanzado a un despliegue de verborrea y mezquindades que incluye desde las acusaciones de tráfico de drogas hasta las cartas íntimas de otros tiempos más felices. Toda una enciclopedia de villanías que, de verdad, produce vergüenza ajena. La gran perjudicada en este duelo entre Joselito y Belmonte es la propia ciudad de Ponferrada, cuya sola mención, en Madrid por ejemplo, provoca una sonrisa de conmiseración y hasta de burla. La capital berciana debe hacer tabla rasa de este desdichado asunto, dejándose de manifestaciones y otras adhesiones inquebrantables que parecen imaginadas por el mismo Chiquito de la Calzada.

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