Diario de León
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León

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N ocasiones no sirve el refrán que dice que «más vale tarde que nunca». Con las leyes pasa lo mismo. Debe disponerse de ellas en el momento adecuado, cuando comienzan los síntomas del problema, y no cuando la enfermedad se ha extendido de forma alarmante. Dos leyes de gran trascendencia, la Ley de Partidos y la Ley de Extranjería, son ejemplos clamorosos de la ceguera de nuestros hombres públicos y de su nula capacidad de anticipación. Durante años, se han ido sumando evidencias sobre la vinculación directa entre la organización terrorista ETA y todo ese mundillo «político» especialista en utilizar en su favor, y en el de todo ese entramado, las puertas que se abren en un sistema democrático. Pero, a pesar de todas esas evidencias, se han ido amontonando el estupor y los muertos antes de llegar a una decisión que quiere separar nítidamente a quienes hacen simplemente política de quienes son cómplices directos de una pura mafia que extiende sus redes por todos los rincones de la tierra vasca. De la Ley de Extranjería cabe decir lo mismo. Es ésta una ley supuestamente modélica -al menos para el Gobierno- pero que, paradójicamente, va a sufrir su tercera reforma. No sólo se ha llegado tarde sino que ahora entramos en una fase de precipitación que difícilmente puede conducir a resultados muy equilibrados. Hastiados estamos los ciudadanos de asistir, desde hace demasiado tiempo, a la política del avestruz o de los brazos cruzados mientras cientos de personas montan su desesperación en una patera, en un viaje que era y es una macabra y mortal lotería. Sólo muy recientemente -y quizá cuando se han visto las orejas del lobo Le Pen- se llevó al papel legal una creciente inquietud social que exige, exclusivamente, que seamos capaces de llevar a la ley el sentido común. La sociedad española, en su mayoría, respaldaría una norma que, siendo extraordinariamente rigurosa con las mafias que se nutren de la inmigración ilegal -no debe haber conmiseración con quienes trafican con las vidas y las esperanzas de seres humanos-, ponga también los medios, todos los medios, para propiciar la integración de los inmigrantes en situación legal evitando las situaciones de marginalidad. Algo en lo que, sin duda, también deben poner de su parte los propios inmigrantes. Y, en primer término, parece sensato, establecer los mecanismos para que los inmigrantes que lleguen vengan de la forma más racional posible; es decir: sabiendo con claridad doónde van a trabajar a su llegada y dónde van a residir. Ojalá la Cumbre de Sevilla alumbre las entendederas de tanto avezado político pero quizá debieran comenzar entonando un sincero mea culpa por su lacerante inacción.

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