CRÓNICASBERCIANAS
El insondable peso vecinal
EL desquiciamiento provocado por el caso Nevenka en Ponferrada está todavía por medirse en cuanto a su repercusión en la vida política del municipio. Hay quien sostiene, por ejemplo, que quienes emprenden la recta final hacia los comicios del próximo año no son más que zombis, muertos en vida de los que huye la ciudadanía, aunque no sabe muy bien hacia dónde o buscando no se sabe qué brazos aparentemente salvadores. A mí, sin embargo, lo que más me llama la atención es la preponderancia que en esta crisis de líderes locales ha adquirido el movimiento vecinal, y que se mantiene de una forma totalmente artificiosa, pero apenas cuestionada por nadie, y es más, asumida con absoluto pánico por algunos cargos públicos, entre los que sobresalen la mismísima consejera de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, Silvia Clemente, y más recientemente el que hoy será nuevo alcalde de la ciudad, Carlos López Riesco. A la consejera de Medio Ambiente de la Junta se le ha metido la congoja en el cuerpo desde que hace unas semanas, el presunto movimiento vecinal se plantara ante las Cortes de Fuensaldaña con una bolsa de escombros entre las manos y abominando por el sembrado de la montaña de carbón entre algunos barrios periféricos. Y a López Riesco le ha faltado tiempo para recibir en su despacho en funciones a la directiva de la asociación de Flores del Sil para abordar la problemática instalación de un antiestético silo de cenizas donde no habitan más que las lagartijas, olvidándose por completo de otras vindicaciones que como habitante adoptivo del entorno del barrio, si lo desean, se las enumero algún día. El movimiento vecinal en Ponferrada se ha arrogado un papel de representación grandilocuente que no le corresponde en función de las dos docenas, tres o quizás algo más de un centenar de asociados que realmente pagan sus cuotas anuales religiosamente. Lo asumieron cuando abanderaron diligentemente las protestas por la subida del IBI, pero todavía no se han dado cuenta, en su supina arrogancia, que ningún otro de los asuntos que encabezan genera ni tanto ni una mínima parte de consenso. A mí, al menos, no me representan, y creo que a una buena parte de ponferradinos tampoco, cuando se oponen a ultranza a la retirada de escombros de la montaña de carbón, aun coincidiendo en la idea de que el proceso de eliminación debería ser mejorable en sentido inversamente proporcional al descenso de la codicia del empresario encargado de la operación. Está claro que nadie, ni los que lo vieron salir de sus entrañas, van a querer ese detritus carbonero. Así que a La Placa y al patio trasero de Cuatrovientos les toca esta vez cargar con una parte del interés general de la ciudad como antes lo han hecho otras zonas. Luego, si hay un gobierno municipal sensible y ecuánime, también debería saber dónde dirigir sus inversiones a partir de ahora. ¡Que eso sí que casi nunca ocurre!.