Diario de León
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POR fin, los pacientes españoles en estado terminal podrán decidir que no se les prolongue artificialmente una vida que ya no es vida. La ley reguladora, que concede autonomía al moribundo, pasará al pleno del Congreso de los Diputados y después al Senado. Confiemos en que no la obstruyan ni los moralistas profesionales ni los amateurs y cualquier persona «mayor de edad, capaz y libre» pueda dejar escrito que cuando le llegue la última hora, que a veces tiene muchos días, su deseo es irse cuanto antes. Se trata de que los pacientes puedan ahorrarse la impaciencia por morir, que debe ser algo exclusivo de los místicos más sublimes o más desnutridos que mueren porque no mueren. El documento en el que alguien exprese su falta de interés porque le dilaten la existencia enchufado a una máquina y con más tubos en la nariz que agujeros tienen las fosas nasales supone un notable avance en un territorio en el que se ha progresado muy poco: el campo de la piedad. Hay alguna gente a la que sería cortés darle el pésame en vida. Por eso se ha podido decir que «algunos muertos suben de su tumba cuando el ataúd baja a ella». También hay otro tipo de personas que no le pedimos a la vida más de lo que ella puede darnos. (Ni siquiera otra vida). Por eso nos parece muy bien lo del llamado «testamento vital», que intenta evitar sufrimientos inútiles. Que nadie hable de eutanasia, ni mucho menos de esa que consiste en saber mejor que el enfermo lo que a él le conviene. Aún queda bastante tiempo, por desgracia, para que los seres humanos conquisten el derecho que tienen sobre sus vidas. Tampoco es lícito hablar de suicidio, que según María Zambrano es «la autofagia no creadora». Lo del testamento vital es otra cosa. Consiste en no empeñarse en estirar los almanaques y que las iniciales R.I.P. de las esquelas no puedan ser interpretadas como «rabiando y pataleando». El testamento hay que hacerlo antes, no cuando ya no hay ni esperanza ni lucidez y se confunde al equipo médico habitual, que va de blanco, con el Real Madrid.

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