Diario de León
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León

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LA precariedad del empleo y la movilidad laboral, ese hoy aquí y mañana allí sin que a nadie aproveche la experiencia acumulada, ese no cuajar en ningún sitio porque no dejan, se hallan también entre las causas, múltiples y casi siempre conectadas, del acoso sexual en el marco del trabajo. Porque no es lo mismo percibir al compañero del otro sexo como lo que es, un compañero, un miembro de la familia del curro, que como un individuo del otro sexo sin más, pues no hay tiempo ni se dan las condiciones que permiten a las personas conocerse y apreciarse, establecer entre ellas relaciones singulares basadas en la camaradería y el respeto. País de fondo arcaico pese a su adscripción a la moderna Europa, el nuestro no ha conseguido llevar a la vida cotidiana lo que dictan las leyes y no porque lo que dictan sea difícil, indeseable o injusto, sino porque, en general, nos conducimos con una rudeza cuartelera, residuo probablemente e cuando con Franco esto era un cuartel, que no facilita ni poco ni mucho la convivencia. Europa parece decidida a enfrentarse con esa lacra repulsiva del acoso sexual en el trabajo, pero de que abandone cuanto antes la actual deriva de miserabilización del trabajo dependerá que lo haga con éxito. El trabajo bien remunerado y ejercido en buenas condiciones educa, es la escuela (inevitable para los tipos honrados) de la vida, de tal suerte que es raro que en plantillas estables se dé el acoso entre compañeros. Porque además del acoso jefe-subalterno, castigado ya con pena de arresto, el acoso entre iguales, que es tan acoso como el otro salvo en el capítulo del abuso y la prevalencia, es una de esas plagas sordas que entenebrecen a tantos trabajadores la vida. Recuerdo la unción con que mi padre hablaba de sus compañeras, de Antoñita, de Isabel, de todas. Pertenecían, como yo mismo, a su familia. Y desde hacía más tiempo, porque cuando yo nací mi padre ya llevaba siete u ocho años en la empresa.

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