EN BLANCO
El riesgo carioca
HACE casi un siglo que se sostiene de forma generalizada que Brasil es el país del porvenir, al tiempo que se dilata sistemáticamente su conversión en el país del presente. El señuelo del porvenir, sin embargo, atrae con frecuencia a los inversores extranjeros, aunque sólo hasta que sus intereses sufren, de forma casi inevitable, algún patinazo derivado, precisamente, de la lejanía del aparente y prometido gran futuro prometedor de un país que cuenta con un inmenso territorio, una enorme población y una formidable reserva de recursos naturales. La globalización que, a la vista de sus resultados, únicamente puede calificarse como la economía de la desigualdad, ofrece múltiples ejemplos de países, de las más diversas latitudes, con grandes riquezas mineras y agrícolas en los que el pueblo vive miserablemente, mientras unos dirigentes, más o menos corruptos, se contentan con las migajas de los países más avanzados. Ni el fútbol ni los disfraces de los carnavales ni, todavía menos, las supersticiones y brujerías de Brasil son capaces de conjurar los riesgos derivados de la pobreza que muy pronto pueden materializarse en el triunfo electoral de una opción cuyo programa, de llevarse a cabo, puede suponer un grave peligro para los inversores extranjeros, sin que las grandes compañías españolas, escaldadas ya en Argentina, constituyan una excepción. Y si Lula no gana, tampoco van a hacerse realidad, de repente, las ilusiones del futuro soñado.