Sindicatos y Europa
A huelga que nunca existió -según unos- o la huelga general del jueves -según otros-, contemplada en directo por los miles de periodistas extranjeros presentes en España con ocasión del Consejo Europeo de Sevilla, ha trascendido de su limitada significación objetiva en los medios de comunicación internacionales y se ha convertido en algo más que una simple protesta contra una reforma determinada del sistema de protección del desempleo. Al margen de valoraciones puramente internas de este país, al fin y al cabo poco relevantes, los análisis han relacionado la protesta española con la que desde hace meses tiene lugar en Italia y, en menor medida, en otros países comunitarios. Y, como parece natural, han obtenido algunas conclusiones acerca del relativo rechazo que suscita el reformismo impulsado desde las propias instituciones de la Unión Europea. En efecto, la propuesta española de reforma del desempleo, de una significación muy limitada en sus propios términos, es sin embargo una consecuencia directa de las conclusiones del pasado Consejo Europeo de Barcelona. Como es conocido, en Barcelona se consiguieron avances significativos en la implementación, hasta entonces premiosa, del llamado Proceso de Lisboa. Dicho proceso, impulsado sobre todo por Blair y Aznar, consistía, como es conocido, en una liberalización y una desregulación económicas y de los mercados de trabajo de los Quince que -para entendernos- permitieran a Europa conseguir la flexibilidad de la economía norteamericana, que constituye el «secreto» del pleno empleo en los Estados Unidos. Hasta ahora, los designios reformadores europeos, inmersos en la lógica de la globalización, basada en la liberalización del sistema financiero mundial, tropezaban con unos movimientos «antiglobalizadores» informales que, con más voluntad que coherencia interna, postulaban criterios de solidaridad norte-sur, de redistribución económica, de preservación del medio ambiente, etcétera. En cierta medida, los antiglobalizadores eran externos al sistema político y social europeo. Pero ahora, desde el propio corazón de las sociedades europeas, los viejos sindicatos resucitan para marcar límites al reformismo socioeconómico que está diseñando la Unión. No es nueva la reclamación de más legitimidad democrática para las instituciones comunitarias, que responden a esquemas sin duda electivos (democráticos) pero muy desfigurados por el exorbitante predominio del poder ejecutivo (el Consejo Europeo) sobre el legislativo (el Parlamento Europeo). Pero sí es novedosa la reclamación que ahora se formula de más legitimidad social.