Diario de León

Intelectual riguroso, coherente y solidario

Publicado por
Carmen Busmayor
León

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El filósofo Eloy Terrón se nos acaba de ir, en silencio, como los grandes hombres y tras una larga y penosa dolencia. Y aunque de su muerte, ocurrida en Madrid el 25 de mayo, tan sólo se han hecho eco unos pocos periódicos provinciales y nacionales, a quienes hemos tenido la suerte de conocerlo, y, más aún, la de ser obsequiados con el privilegio de su amistad, nos queda la desgarradura de su ausencia y el ejemplo de su vida tan cargada de esfuerzo, sabiduría, coherencia e inusitada solidaridad. Se ha ido, sí, este riguroso intelectual defensor a ultranza desde antiguo de los valores de una sociedad justa, y lo ha hecho sin apenas conocer el éxito traducido en premios y reconocimientos a su valía. De manera que en él se cumplen las palabras recientes del tan veterano como lúcido y como él represaliado Francisco Ayala cuando significa que la vida o «La historia no hace cumplida justicia de nada», si consideramos, recalco, esa casi ausencia de galardones o distinciones a su persona y a su obra, a excepción de la «Gran Cruz de Alfonso X El Sabio», obtenida en 1988 y los homenajes tributados en Fabero del Bierzo, su pueblo natal, el 3 de agosto de 1996, donde por decisión unánime de la Corporación y feliz aceptación de los habitantes se le nombró Hijo Predilecto, el único hasta la fecha, y se bautizó con su nombre la plaza más cultural y vecinal (en ella además de ubicarse la Casa de la Cultura y el Hogar del Pensionista, ojea vigilante el Consistorio) y el efectuado el pasado mes de abril, mediante la presentación de su último libro, «La cultura y los hombres», y la lectura de fragmentos del conjunto de su obra, de ordinario ensayística, por parte de alumnos del Instituto Beatriz Osorio y varios adultos en la prenombrada Casa de la Cultura, atestada de público. Mas si tales reconocimientos era algo que sin duda agradecía, no es menos cierto que no los intentaba ni le preocupaban en lo tocante a sí mismo, actitud bien diferente de cara a los demás, lo que explica que a la muerte de Antonio González de Lama, ocurrida en febrero de 1969, Eloy, que asímismo había estado implicado en los umbrales de la aventura espadañista, desde las páginas de Diario de León del día siete, lamentase la inexistencia de un homenaje en vida al intelectual cura valderense arraigado en la capital: «Debíamos habernos preocupado de tributarle un reconocimiento en vida, pero la fama de un hombre sobrevive para satisfacción de los suyos y para ejemplo de los demás». Y es que Eloy era así, siempre preocupado por los demás, preocupación que le apartó en 1965 de la adjuntía de Ética y Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid al negarse a ocupar la plaza de José Luis López Aranguren, destituido de la cátedra por motivos políticos y solidarizarse asímismo con los igualmente expulsados entonces Agustín García Calvo y Enrique Tierno Galván, algo que si a los demás les trajo múltiples problemas, desventuras y agravios, a él más que a ninguno. Pues mientras los últimos eran reintegrados a sus puestos con el advenimiento de la Democracia, a él en el año 1977 todavía no se le reconocía idéntico derecho, objetando que su marcha había sido voluntaria, de ahí que ese mismo año un centenar de profesores universitarios dirigiesen un escrito al rectorado reclamando su readmisión, la cual tuvo lugar en 1979 en la Facultad de Ciencias de la Información, tan sólo cinco años antes de su jubilación, trabajando los años intermedios con el biólogo e investigador Faustino Gordón en calidad de responsable del servicio de Documentación Científica. Muchas son las cosas que quedan en el tintero sobre este intelectual nacido en Fabero en el año 1919, exigente, nada saltimbanqui en su ideología de izquierdas, comprometido con las causas nobles y muy querido por sus alumnos, tal revela la carta a él dirigida por éstos cuando hubo de abandonar la Universidad en un ejemplo de honradez nada común; este intelectual hijo de una familia de campesinos pobres que a los trece años conoció el duro trabajo de la mina y más tarde fue perseguido y también deportado (en 1969 al pueblo de Guadeña en Extremadura), presidente del Club de Amigos de la UNESCO, de la Fundación Primero de Mayo de CC.OO. y del Colegio de Doctores de Madrid, desconocedor del rencor y profeta en su tierra, en donde en breve se le erigirá un monumento que presidirá la plaza a él dedicada y en donde sus cenizas fertilizarán el humus de la convivencia fraterna y contarán historias de luz a las estrellas.

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