Diario de León

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DIJO Aznar que su mano estará tendida a los sindicatos (¿y a la oposición?) tras la huelga del pasado día 20. Esa mano de Aznar va a ser la protagonista de esta semana. Veremos quién telefonea primero a quién para abrir las conversaciones sobre esa polémica reforma del subsidio de desempleo: probablemente, será el sufrido ministro de Trabajo, Juan Carlos Aparicio, quien llame a los sindicatos. Porque todos los indicios en nuestro poder señalan que Aznar no abrirá tan fácilmente a los «extraños» las puertas de La Moncloa. Al menos, no en primera instancia. Retorno a la normalidad tras la huelga, tras la cumbre de Sevilla, tras la presidencia española de la UE, que, aunque no ha acabado formalmente, sí ha terminado de hecho. Aznar tiene ahora que volver los ojos al interior, pasadas las bromas y los guiños con Chirac, con Silvio, con Tony. Como a tantos estadistas -y a Aznar hay que reconocerle este título, guste o no-, al presidente español le resulta mucho más gratificante el exterior que las miserias de casa. Y es más popular fuera que dentro: ya dice el CIS que las cosas no son exactamente como antes. El talante adusto y nada autocrítico que Aznar emplea de puertas hacia adentro no le está granjeando, parece, simpatías entre los ciudadanos. Quien esto suscribe tiene para sí que el decretazo va a sufrir modificaciones y recortes, y que será Aparicio el encargado de escenificar una cierta marcha atrás. O, si se cumplen los rumores que hablan de remodelación ministerial a corto plazo, sería el sucesor de este buen ministro de Trabajo, que no parecía muy de acuerdo con lo que se planeaba y ejecutaba desde Economía, quien recortase, negociándolo, el decretazo. Negociándolo, claro, si los sindicatos recapacitan sobre su actitud tan poco dialogante y, ahora, algo prepotente: Méndez y Fidalgo son los únicos que están seguros de haber ganado algo el 20-J. Han vendido bien la huelga, tanto en los medios españoles como en los extranjeros. Esta es, me parece, la semana para meditar las lecciones de una huelga general que quizá no haya sido tan general. Pero sería erróneo perderse en la guerra de cifras: ha habido huelga y unos tres, cuatro o cinco millones de personas han parado. El hecho de que haya más que quisieran seguir trabajando no quiere decir nada -y nada menos-, excepto que corremos el riesgo de una seria fractura social: hay mucha gente cabreada por muchas cosas, y no sólo, desde luego, por el «decretazo». Claro que Aznar seguro que no se toma las cosas con tanto dramatismo: probablemente pensaría, si leyese este comentario, que estas son «cosas de periodistas». Cabe preguntarse: ¿habrá entendido Aznar, protagonista de todos los protagonismos, el mensaje?

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