De puertas adentro

LAS apariencias siguen engañando. Ese tipo de español medio jubiloso y ruidoso, que tanto ha sufrido a distancia con la selección y tanto esperar gozar con las vacaciones, es un ser atormentado por las deudas. Cuando se queda solo en casa y hace cuentas comprueba algo que ya sabía: que tiene más trampas que las viejas películas de Fu Man Chu. Los bajos tipos de interés, tan directamente ligados a los bajos instintos de la banca, han duplicado en siete años las deudas de las familias. Los expertos asegura que la culpa es del euro, cuya llegada determinó usuras más suaves. La gente se confió, sin pensar que las deudas son un privilegio de los ricos que jamás pueden permitirse los pobres. Siempre he creído que la famosa frase «pedid y se os dará» está incompleta, ya que no especifica por dónde. Entre nosotros se pidió mucho y el resultado está ahora a la vista: las deudas contraídas por las familias españolas han pasado de representar el 40 por ciento de su renta bruta disponible a suponer un 77 por ciento. Como nadie ignora, comprar una vivienda es lo que hace que muchos compatriotas no puedan vivir. Ahora ha vuelto a encarecerse su precio y en los hogares se tiene que destinar más dinero que antes a conservarlos. Una cuota mensual media dedicada a atender los créditos hipotecarios que está por encima del salario mínimo interprofesional. La única solución es retraer el consumo, o sea, gastar menos en vestir y en comer y, lo que es peor, en beber y en divertirse. Decía el tío Oscar que el dinero únicamente le interesa a la gente que piensa pagar sus deudas, pero las cosas han cambiado: también interesa a los que piensan pagar sus viviendas. Hubo un tiempo en el que las únicas deudas que había que pagar sin falta eran las de juego, ya que se consideraban de «honor». Las otras se aplazaban o se olvidaban y ni agradecidas ni pagadas. Sólo una ventaja apreciable ofrece tener deudas: estar siempre en la memoria de los acreedores. Es la mejor manera de luchar contra el olvido.