Diario de León

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Cuentos templarios

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León

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A estas alturas del milenio, todavía hay quien pone en duda que el castillo de Ponferrada merezca el nombre de templario sólo porque apenas le queden cuatro piedras y una esquina recién desenterrada de la época oscura en la que los monjes guerreros habitaron sus muros. Así que no me puede extrañar que haya quien se queje del invento de la Noche Templaria sólo porque el sarao -que no pretende ser otra cosa que eso- no se ajuste a la realidad y los organizadores se hayan sacado de la manga nada más y nada menos que el Arca de la Alianza y el mismísimo Santo Grial, que tantos dolores de cabeza les dió a los caballeros de la Tabla Redonda en las narraciones de la épica artúrica. Ninguno de los dos objetos sagrados ha pasado nunca del terreno de la leyenda y de las ficciones cinematográficas y novelescas. Y la Noche Templaria sólo los ha situado en el de la fiesta popular. Habría que decir aquí que la fiesta que ha sacado a la calle a los ponferradinos este fin de semana sólo ha sido una excusa para celebrar la llegada del verano, un carnaval, no una reivindicación de la época oscura y bárbara que fue el Medievo, ni del modo de vida feudal, que deja bastante que desear fuera de los cuentos de hadas. Estoy seguro de que los templarios fueron unos caciques de su tiempo, como lo fueron y lo seguirán siendo todos aquellos que acaparan excesivo poder y demasiados privilegios. Es posible que bajo la óptica actual sólo viéramos fanáticos en ellos, un pelotón de iluminados, monjes y soldados a la vez, capaces de pasar a cuchillo a mujeres y niños indefensos en nombre de Dios y de la verdadera fe como hicieron en su momento los cruzados cuando tomaron San Juan de Acre. Una masacre, por cierto, en la que participó activamente Ricardo Corazón de León y no por ello dejarán de gustarme los relatos bien trenzados que ponen al mítico rey inglés como un ejemplo del ideal caballeresco que estaba lejos de representar el personaje real. Lo mismo pasa con la fiesta templaria. No le busquemos nada más. Otra cosa sería que nos quieran hacer pasar por serio, por institucional, lo que sólo debe ser una forma de diversión, una curiosidad. Y digo esto porque me parece estupendo que el Ayuntamiento Ponferrada organice, año a año, una Noche Templaria coincidiendo con la primera luna llena del verano. Que utilicen uno de los patios de castillo para celebrar una cena medieval y que todos los comensales acudan ataviados con vestidos y jubones y calzones largos. Que se conviertan la calle en un teatro. Que se les deje una calle en el casco antiguo a un grupo de artesanos y saltimbanquis para que vendan sus productos mientras entretienen al visitante. Pero no parece correcto que el mismo Ayuntamiento haya dado credibilidad y se haya mezclado -y eso sucedió el pasado año- en una jura de supuestos caballeros templarios que convierten la solemnidad en parafernalia, de presuntos herederos de una orden medieval que ya sólo es real en los libros de historia. Porque una cosa es inventar y otra muy distinta es vivir del cuento.

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