El planeta enfermo

SON cálculos aproximados, con clara tendencia a los números redondos, o sea, que lo mismo pueden ser un millón más que un millón menos, pero el espanto es idéntico: la ONU cree que el sida causará 70 millones de muertes en los próximos veinte años. Quiere decirse que la epidemia no ha hecho más que empezar, ya que hasta ahora sólo se ha llevado por delante, rumbo a lo desconocido, a 20 millones de seres humanos. En el destartalado hipódromo del mundo siempre han corrido más de cuatro jinetes del Apocalipsis, pero esto del sida es un fenómeno de nuestro tiempo. Siempre hay algo nuevo bajo el sol. Lo más asombroso es la progresión: 6.000 nuevos casos al día. Por muy malo que sea uno para los números, como es mi caso, asusta pensar en las cifras de enfermos. ¿Por qué la salud no será contagiosa y algunas enfermedades sí? Si le damos un beso en la boca a una persona sanísima y de aspecto agradable, cosa que no puede considerarse como una pérdida de tiempo, no nos traspasa ni la belleza ni la robustez. En caso contrario, puede ser peligrosísimo, ya que hace morir de amor antes de tiempo. Nada ha estimulado más la castidad que el miedo al sida, pero está claro que al existir múltiples formas de contagio, el «póntelo, pónselo», no basta. Lo que hay que ponerse en la cabeza es la convicción de que es imprescindible ampliar los programas de ayuda económica. La guerra contra la maldita pandemia, como todas las guerras, se gana con dinero. Sólo unos cuantos países tienen posibilidades económicas para entablar esas batallas, aunque todos, hasta los más miserables, las tengan para comprar armas. El tratamiento con fármacos antirretrovirales sale mucho más caro que un entierro. Vivimos en un planeta infeccioso y no sería extraño que algunas galaxias cercanas se apartasen prudentemente. Mi Omar Khayyam de mi alma decía que nada faltaba en el mundo antes de nuestra llegada y que, después de nuestra marcha, nada le ha de faltar tampoco, pero da la impresión de que algunas cosas le sobran.