Esclavos, pero arios
PARECE establecido sin ningún género de duda que el seleccionador de personal de los supermercados de lujo Sánchez Romero era gilipollas y un fascista, pero más gilipollas y más fascista es quien o quienes contrataron para ese cargo, atender a las solicitudes de empleo mediante entrevistas personales, a ese delincuente social que velaba, al parecer, por la pureza étnica y estética de los trabajadores de esas tiendas pijas. Ese tipo infecto, contra lo que se desprende de la nota autoexculpatoria difundida por Sánchez Romero, no era un pichi que se les coló o que pasaba por allí, sino un pierna contratado específicamente no para seleccionar empleados aptos para los puestos laborales que la empresa ofertaba, sino esclavos de buen ver para que no desentonaran mucho con los lujosos productos y los altísimos precios de esa tienda de ultramarinos venida a más. El hecho de que los impresos de solicitud de empleo, donde el nazi o la nazi de personal estampillaba sus comentarios vejatorios, aparecieron el otro día tirados en la basura (conteniendo todos los datos privados y confidenciales de los candidatos), ya ilustra sobre la consideración que los trabajadores merecen a ciertas empresas, consideración de esclavos, de modo que esas entrevistas no serían sino el principio de lo que aguardaría después a los infortunados que fueron contratados por la empresa. En realidad, los rechazos por el fascista gilipollas contratado por un fascista gilipollas superior han tenido pese a la contrariedad de vivir en un país cuyas instituciones permiten estas prácticas esclavistas, suerte: los extranjeros, las «rellenitas», la ciudadana que se estaba curando un cáncer con quimioterapia, la que vivía en Parla, el que era «pesado», la separada de 26 años, todos los que el nazi arrojó del paraíso de Sánchez Romero, han tenido suerte de no hallar empleo donde quienes lo hallan pierden, por lo visto lo más necesario para la vida, acaso lo único verdaderamente imprescindible: la dignidad.