Diario de León
Publicado por
Fernando Algorri
León

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CUIDAR de un enfermo supone sacrificio y absorbe mucho tiempo. Supone renunciar a muchas cosas; salir, viajar, tener libertad y sobre todo tener la preocupación de pensar que pueden hacer algo más por el enfermo y sentirse culpables. Cuidar a un enfermo es estar siempre a su lado incluso cuando está insoportable. El enfermo nota enseguida cuando el enfermero actúa por obligación, por amistad o por amor. A estos cuidadores es a los que llama héroes anónimos el salesiano, Manuel Ruiz Guerrero en su último libro No pierdas la paz, editado el presente año. Hay que aclarar que este hombre padece la enfermedad de parkinson en estado terminal, vive permanentemente sentado en una silla de ruedas, no puede hablar con claridad, no puede escribir y solamente vale de un ordenador en el que escribe con su dedo indice de la mano izquierda. Sobre estos héroes anónimos agrega: Todos conocemos a alguna persona que se ha portado valientemente en bien de los demás. Todos tenemos en la mente a nuestros héroes, hombres y mujeres que de forma desinteresada buscaron el bien de sus semejantes. Héroes anónimos como esa esposa al lado de su marido enfermo día y noche, como ese padre de familia que asume la responsabilidad de proporcionar el bienestar material sin hacer dejación de sus hijos. Héroes anónimos como esos médicos que, invadidos por el cáncer, acuden puntualmente a la consulta a curar a otros enfermos. Aquí no puedo por menos que citar el nombre de aquel excelente pediatra, dosJulio Prieto Tascón, que con un cáncer muy extendido realizó un gran esfuerzo para subir andando cuatro pisos para llegar a mi casa y atender a mi hijo enfermo. A los pocos meses el médico murió, tal y como le habían diagnosticado. Asimismo convendría citar como héroes anónimos a esos concejales y políticos del país vasco, que amenazados de muerte por los terroristas, continúan en sus puestos cumpliendo con su deber para defender los derechos humanos y la democracia. Al hilo de las acciones terroristas, quién no recuerda aquel valiente ciudadano madrileño, gracias al cual la policía pudo detener a unos asesinos etarras, cuyo riesgo y arrojo fue muy valorado por todos, a pesar de lo cual quiso pasar inadvertido convirtiéndose así en un héroe anónimo. También el enfermo espera mucho de sus amigos que le visitan, pues faltándole la salud parece que le falta todo. Por ello espera que lo tranquilicen y le infundan esperanza, porque sin duda está falta de ella. Así pues el que está dispuesto a perder algo tan valioso para él como su tiempo, visitando al enfermo, llegará de inmediato a lo más profundo de su corazón. Ayudar a un enfermo a salir de la soledad que pudiera tener y del dolor que pudiera sufrir, es prestarle una ayuda eficaz que le pone ciertamente en camino de recuperar la salud. Ayudar no es obligar ni forzar, sino hacerle pasar la crisis de la enfermedad tan suavemente, dice Tagore, como el capullo al convertirse en rosa. Ayudar a un enfermo es encontrar con él sentido al dolor y animarlo a que acepte como una realidad la enfermedad que le ha tocado vivir temporalmente o para siempre. El escritor italiano Papini sufrió múltiples y graves achaques, casi ciego, casi paralítico y casi mudo, se hacía esta pregunta: Si pudiese moverme, hablar, ver y escribir, pero tuviera la mente confusa, la inteligencia torpe, la memoria débil y el corazón seco ¿no sería mi muerte infinitamente más terrible? ¿de qué me serviría tener un habla inteligente si no tuviera nada que decir? La esperanza y la ilusión mantuvieron en plena juventud al viejo profesor. Nadie pone en duda que en la vida de Lady Di hay muchas sombras que esta mujer desafortunada en su vida, especialmente afectiva y sentimental, tiene en su haber servicios nobles y obras buenas, de modo que podemos decir: Me quedo con la luz de su caridad y de su amor universal por niños desamparados, mendigos, moribundos y enfermos de sida. Luz que sin duda la contagió y transmitió la madre Teresa de Calcuta con la que tuvo gran amistad. «Sólo sé compartir el amor, no el odio». (Sófocles).

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