El virus
NUESTROS antepasados tiraban la piedra y no escondían la mano, para que se supiera que habían sido ellos. Así empezó el prestigio del guerrero en las tribus, comparable, aunque inferior, al prestigio del hechicero, que es un combatiente inerme y de espinazo flexible, que asegura estar en contacto directo con los dioses. Poco a poco, los batalladores fueron progresando. Vino la honda, que alargaba mucho la mano, y «mataba a distancia, como una magia». Después llegó la flecha y así, todo seguido, hasta el misil y la bomba atómica. Ahora se habla de bioterrorismo y Estados Unidos vacunará a medio millón de personas contra el virus de la viruela. Un gasto en jeringuillas. Van a dejar a los pajares sin ninguna aguja. El Gobierno de Bush, a partir del 11-S, ve enemigos en todas partes. No es que se los imagina: si los ve es porque están ahí y porque tiene buena vista. Al que más mira es a Sadam Hussein. Se cree que el tenebroso líder de Irak, en su deseo de cambiar el rostro de Norteamérica, recurra al virus de la viruela. La minuciosa enfermedad se consideraba totalmente erradicada desde hace más de un cuarto de siglo, pero puede reaparecer ahora si los virus se los mandan certificados y libres de todo gasto. El virus es el organismo de estructura más sencilla que la ciencia conoce, pero les puede complicar la vida con su siembra de pústulas. Un enemigo muy difícil de batir, ya que en vez de dar la cara deja huellas inolvidables en la cara de los atacados. Quizás el virus más temible sea el del egoísmo. La Conferencia Internacional sobre el Sida acaba de denunciar en su reunión de Barcelona la pasividad de los países ricos. Es muy difícil sacarles un euro para luchar contra la epidemia. De momento, en el país más poderoso del mundo la batalla está concentrada en la protección contra la guerra bacteriológica. Todavía no hay vacunas para cada uno de los 280 millones de estadounidenses. Quizás en el futuro hagan falta menos marines y más médicos.