Cursos de verano
LO sabido: a través de la red de Universidades, se anuncian «cursos de verano» que, en la práctica, se reducen a breves conferencias. Estos cursos visiblemente están diseñados para impartir conocimiento, pero cumplen con precisión la manera de meter ruido en el sistema y hacer propaganda, con la marca de las universidades, de la imagen de políticos, sindicalistas y profesores que repiten lo ya sabido. El conocimiento, para que merezca esta calificación y la propagación tenga valor, debe ser rigurosamente científico, permanente, extenso e intenso. Si los respectivos gobiernos quisieran que todos tuviéramos la oportunidad de aprender, repetirían, a través de la televisión, durante todo el año el conocimiento que se imparte en las Universidades con la misma frecuencia que el fútbol. Una pregunta: ¿por qué no lo harán? El conocimiento siempre ha sido peligroso. Aquí y ahora se ha hecho una ley de educación que predestina a la mayoría de los jóvenes de clase media y baja a quedar confinados en su clase. ¿De qué se debería hablar en estos cursos? Nada más loable que aprender a aprender. Debemos saber distinguir la diferencia entre leer lo ya sabido, que es lo que hacen la mayoría de los conferenciantes, y enseñar a aprender a aprender. El hecho que los respectivos gobiernos pongan límite para que la enseñanza sólo sea obligatoria hasta los dieciséis años, es una forma, descarada, de impedir a la mayoría de las personas que continúen aprendiendo a aprender y, por tanto, quedan excluidos del acceso al conocimiento que tiene valor. Esta es una de las formas de reproducir las diferencias de clases y una de las formas de dominación. Nada más dócil ante el poder que un ignorante;nada más feroz ante los iguales que un ignorante. En estos cursos, para tener nivel, se debería hablar de lo no sabido aún, de lo que se oculta, de los efectos que produce. Un ejemplo: Es visible y patente que de la sabiduría de los científicos hemos obtenido avances tecnológicos y, con ellos, cuando se utilizan correctamente, beneficios sociales y cuando no grandes agresiones a las personas y al medio ambiente. Los Gobiernos (hablamos de los de hoy) incluyendo los más progresistas, reprimen la opción de aprender a aprender, sólo propician el aprendizaje de lo que le conviene al sistema dominante. Una cosa es dejar aprender y otra instruir y domesticar para que la mayoría no se de cuenta que otros deciden cuánto tiene que trabajar, cuánto tiene que cobrar, cuántos metros tiene que tener su casa y cuánto debe pagar por ella. O sea, que no se den cuenta que son sujetos sujetados y además se crean que viven en libertad, cuando en realidad un salva patrias situado en la cúspide decide todo. Los estudios sociológicos realizados en la UE demuestran que los jóvenes inteligentes se oponen a las políticas de los Gobernantes porque defiende sólo privilegios de una clase. Si nos instalamos en la perspectiva de la ética, debemos insistir en rescatar y poner de moda la dialéctica y el análisis de los problemas que padecemos, y a partir del conocimiento construir todos juntos un proyecto de vida civilizada: demostrar que somos personas, en vez de demostrar que somos personas capaces de hacer distinciones correctas y que necesitamos perdonavidas, ni lo vamos a permitir. El hombre sin cultura, por naturaleza, tiende a manifestarse como un animal. Es la cultura la que nos ayuda a hacer distinciones de lo que está mal y de la que está bien. Sin cultura no sabemos dónde hay que poner los límites. Durante el mundial de fútbol pude observar, a través de vídeos, la conducta de muchos telespectadores cuando jugaba España. La conclusión es que la mayoría demostraba una conducta específica de salvajes. No se atenían a razones, que es el primer indicador que muestra que una persona está razonablemente civilizada. Las personas civilizadas, entrenadas para pensar, no se manifiestan como animales en ninguna parte. Esta mayoría se manifiesta así siempre que tienen ocasión: lo podemos ver también cuando están en la carretera, o cuando están ante personas indefensas. La unidad de medida no es la bolsa, ni la economía de algunos, ni un ejército con muchos soldados y mucho armamento, la unidad de medida es la educación y la salud corporal y mental y la calidad de vida de todos. Cuando tengamos un pueblo civilizado, no viviremos con miedo, no veremos al otro como nuestro enemigo, sino como una persona. Es desde ese nivel cuando les podemos pedir a las mujeres que se predispongan a parir para renovar la población, pero mientras no hagamos eso, hacen muy bien no tener hijos. Si el Gobierno tuviera una mínima sensibilidad, una mínima conciencia social, una mínima ética, utilizaría la televisión y los medios para propagar el conocimiento, la ética y la educación. Como no tiene nada de eso, utiliza la televisión, para montar espectáculos, para enfrentarnos unos a otros, para repetir sin respeto a las minorías civilizadas, como corren detrás de un balón unos y otros y, por si fuera poco, después repiten y repiten las jugadas y permiten que unos y otros repitan siempre las mismas banalidades. Y para crear morbo les pagan unas cifras, que nos humillan a todos. No estamos a nivel a los bárbaros que nos preceden, pero nos falta mucho para merecer el piropo de homo sapiens. Es urgente poner fin a esta cultura tan incoherente con la naturaleza y, además, tan peligrosa. Es una vergüenza que se ande por las plazas captando jóvenes sin formación para el ejército llamado profesional; es una vergüenza gastar miles de millones en armamento para ponerlo a disposición de Bush. EEUU hoy no quiere la paz, quiere la guerra y además involucrar a otros para que le ayuden. Lo demuestra cuando se opone a cumplir las resoluciones de la ONU y la constitución del Tribunal Internacional para juzgar a los verdugos. No tenemos camas en los hospitales, ni residencias para los que las necesitan, y tenemos para comprar aviones de combate, y, por si fuera poco, proponen convertir a León en una base de entrenamiento de pilotos para matar. Hablemos en castellano:los aviones de combate son armas para matar y los pilotos que los manejan son los que lanzan los misiles. Nadie, en el Parlamento Español, reivindica esta actividad, por nociva, improductiva y peligrosa. Sólo la piden los politiquillos de León. No se puede esconder debajo de la Palabra «escuela de pilotos» una actividad que consiste en entrenar para hacer la guerra. Los aviones son una tortura por el ruido, el riesgo a caer encima de la gente y por la contaminación. Si queremos presente y futuro próspero y en paz, eduqueos a nuestros niños, a nuestros adolescentes y a todos en general para ser personas civilizadas. Sobre esto hay que hablar en los cursos, en televisión, en la familia y en todas partes, y no de fichajes. La mayoría de los jóvenes que trabajan cobra cuatrocientos euros.