Las paradojas del ámbar Las paradojas del ámbar
Estaba aparcando en el margen de una calle con semáforo, y pude comprobar como, al contrario de lo que se enseña en las autoescuelas, los conductores de los vehículos tienden a acelerar en el momento en que ven que el semáforo está en ámbar, y pasan apresurados rayando la infracción. El semáforo al lado del cual me hallaba, tardaba en ponerse verde otra vez un minuto y medio exacto. Por lo visto, para la gente, ese minuto y medio es vital, ya que por lo que pude comprobar, los acelerones violentos que lleva consigo el ámbar son suficientemente significativos. No generalicemos, ya que habrá personas para las que ese minuto y medio signifique mucho, como el típico señor que por dormirse la siesta cinco minutos más, retorna al trabajo a toda velocidad contando los segundos que le quedan para que su jefe le eche la bronce. En este caso gana noventa segundos. El resto no suele tener una prisa trascendental, ya que algunos van de compras, otros retornan del trabajo a casa y los hay que llevan a sus hijos al parque. La verdadera paradoja del ámbar radica en que a la gente le importa mucho perder un minuto y medio de su existencia, y luego, se sientan delante del televisor a ver programas de personas que están encerradas en una casa, que se pelean mucho y, por lo que lloran, uno deduce que le han fallecido familiares directos. Esto sólo le ocupa una hora u hora y media al día, muy poco comparado con el minuto y medio. Otros ven programas de gente que canta, y también llora a veces, y que restituyen las tradición de los cantantes de baladas melódicas de los setenta. También algunos ven un programa por la noche que es un show televisivo que presenta un periodista que en sus días fue buen. Es decir, que entre unos y otros, el mismo individuo que no quiso perder un minuto y medio en el semáforo, pierde ahora un par de horas diarias o más viendo estos programas televisivos, que en algunos casos, pagamos todos. Esto teniendo en cuenta que no sea fin de semana; caso en el que el número de horas desperdiciadas aumenta espectacularmente, ya que entre siesta y siesta, uno tiene ocho horas de deporte seguidas y programas variados, como uno en el que ponen el mejor cine español de los sesenta y setenta, u otro el sábado por la noche en el que cantan artistas jubilados, salen chicas en bañador, y cuentan chistes malos humoristas desfasados. Esto sí es desaprovechar los minutos de tu vida y no lo del semáforo. Yo incluso diría que lo del semáforo es un minuto y medio ganado. En estos tiempos que corren, cada vez es más difícil encontrar huecos para pensar y reflexionar sobre las cosas. Los gobiernos están contentos, ya que prefieren gobernar en países donde la gente no piense demasiado, y promueven ideas para que esto ocurra, como el susodicho programa del sábado por la noche. Para ellos es muy peligroso que la gente tenga tiempo para reflexionar, sea acerca de lo que sea. Supongamos que en un día te coinciden cuatro semáforos en ámbar y paras en los cuatro. Tienes seis minutos para mirar a la calle y pensar sobre ella. José Luis Gutiérrez Fernández (León). Estaba aparcando en el margen de una calle con semáforo, y pude comprobar como, al contrario de lo que se enseña en las autoescuelas, los conductores de los vehículos tienden a acelerar en el momento en que ven que el semáforo está en ámbar, y pasan apresurados rayando la infracción. El semáforo al lado del cual me hallaba, tardaba en ponerse verde otra vez un minuto y medio exacto. Por lo visto, para la gente, ese minuto y medio es vital, ya que por lo que pude comprobar, los acelerones violentos que lleva consigo el ámbar son suficientemente significativos. No generalicemos, ya que habrá personas para las que ese minuto y medio signifique mucho, como el típico señor que por dormirse la siesta cinco minutos más, retorna al trabajo a toda velocidad contando los segundos que le quedan para que su jefe le eche la bronce. En este caso gana noventa segundos. El resto no suele tener una prisa trascendental, ya que algunos van de compras, otros retornan del trabajo a casa y los hay que llevan a sus hijos al parque. La verdadera paradoja del ámbar radica en que a la gente le importa mucho perder un minuto y medio de su existencia, y luego, se sientan delante del televisor a ver programas de personas que están encerradas en una casa, que se pelean mucho y, por lo que lloran, uno deduce que le han fallecido familiares directos. Esto sólo le ocupa una hora u hora y media al día, muy poco comparado con el minuto y medio. Otros ven programas de gente que canta, y también llora a veces, y que restituyen las tradición de los cantantes de baladas melódicas de los setenta. También algunos ven un programa por la noche que es un show televisivo que presenta un periodista que en sus días fue buen. Es decir, que entre unos y otros, el mismo individuo que no quiso perder un minuto y medio en el semáforo, pierde ahora un par de horas diarias o más viendo estos programas televisivos, que en algunos casos, pagamos todos. Esto teniendo en cuenta que no sea fin de semana; caso en el que el número de horas desperdiciadas aumenta espectacularmente, ya que entre siesta y siesta, uno tiene ocho horas de deporte seguidas y programas variados, como uno en el que ponen el mejor cine español de los sesenta y setenta, u otro el sábado por la noche en el que cantan artistas jubilados, salen chicas en bañador, y cuentan chistes malos humoristas desfasados. Esto sí es desaprovechar los minutos de tu vida y no lo del semáforo. Yo incluso diría que lo del semáforo es un minuto y medio ganado. En estos tiempos que corren, cada vez es más difícil encontrar huecos para pensar y reflexionar sobre las cosas. Los gobiernos están contentos, ya que prefieren gobernar en países donde la gente no piense demasiado, y promueven ideas para que esto ocurra, como el susodicho programa del sábado por la noche. Para ellos es muy peligroso que la gente tenga tiempo para reflexionar, sea acerca de lo que sea. Supongamos que en un día te coinciden cuatro semáforos en ámbar y paras en los cuatro. Tienes seis minutos para mirar a la calle y pensar sobre ella. José Luis Gutiérrez Fernández (León).